VIVENCIAS OLÍMPICAS

Olimpismo con B... de Baleares

Fernando Fernández ha sido testigo de la participación de deportistas de las Islas Baleares desde los Juegos de Atenas. Apasionado del olimpismo, narró para su periódico las medallas de Joan Llaneras, Toni TaulerRafa Nadal o Brigitte Yagüe

Quién me iba a decir aquel verano de 1984, jugando con aquel tablero que regalaban con el Cola-Cao y que simulaba un estadio olímpico, o trasnochando para ver aquella final ante Estados Unidos, que veinte años después estaría en unos Juegos. Muchos sueñan con ser olímpicos. Algunos afortunados, como es mi caso, lo logramos... a nuestra manera. No ganamos medallas, ni diplomas, pero vivimos y contamos las peripecias de los baleares olímpicos. Sus historias, alegrías y decepciones... en el momento más dulce, en pleno auge de la "generación de oro". Haber estado en tres Juegos me permitió presenciar y narrar momentos únicos.

(Fotos: Fernando Fernández)

“¿Podrías preguntar si nos podemos acreditar para los Juegos de Atenas?”, me preguntó el jefe de deportes de mi periódico, Berto Orfila. Ahí se inició una aventura que desembocó en el 10 de agosto de 2004. Ese día aterrizaba en la capital griega. Con veintisiete años, este redactor de provincias daba un triple salto mortal en su vida profesional. La complicidad, la amistad en muchos casos y el hecho de encontrar una cara conocida lejos de casa hicieron más próxima la relación con deportistas, técnicos, jueces... Eso, y las horas de guardia en la Villa Olímpica, la soledad de la zona mixta, una infinidad de kilómetros en autocar... 

En Atenas residíamos en una villa de medios, un cuartel con militares armados que nos vigilaban las veinticuatro horas del día. La tensión del debut, la exigencia profesional, me sirvió para volver a Mallorca con unos cuantos kilos menos, pero con una experiencia impagable a mis espaldas. Trabajé como redactor, también hice mis 'pinitos' como fotógrafo... pero también de chófer, de traductor, hasta de mensajero entre deportistas y familiares. Los Juegos nos unieron para siempre.

Lo que queda para los anales son las medallas. Y la primera que conté fue la plata de Joan Llaneras. Metódico, perfeccionista, pasó del oro en Sydney al segundo peldaño del podio en Atenas en la modalidad de puntuación. Y ahí estaba yo para inmortalizar, bandera de Balears en mano, la única presea isleña. Recuerdo también con el temple de Elena Gómez al verse fuera de las medallas, la candidez de un Rafael Nadal que acababa de ganar su primer título, amparado por Carlos Moyà en un doble para la historia. El descaro de Rudy Fernández, debutante con una selección con la que iba a marcar época, las lágrimas de Brigitte Yagüe o Roser Vives al verse fuera a las primeras de cambio, o las charlas con Marco Rivera y Moisés Sánchez en la Villa, que cuatro años después repetiría con su hermano Fran. Pero también con el desmayo de Toni Peña al cruzar la meta del maratón y la búsqueda de Marga Fullana tras abandonar. 

Pekín fueron los Juegos de la 'Nadalmanía'. Su oro fue un golpe mediático bestial. Era el primero que vivía en directo. Pero no el único que nos esperaba allí. Los interminables trayectos hasta el velódromo de Laoshan valieron la pena. Cayeron tres medallas. El segundo oro de Joan Llaneras en puntuación, la traca a una carrera de leyenda. Pero también la plata del 'porrerenc' junto a otro mallorquín, Toni Tauler. Con él conversaba horas antes en la Villa y bromeábamos con el podio... horas después lo hacía él conmigo. “Primero, la prensa local”, me dijo entre risas.

A base de arroz y fideos pasaron casi tres semanas de Juegos. Y ya la gente me empezaba a 'calar'. “Hombre, el mallorquín”, decían, mientras por entonces asomaban por la Villa Alba Torrens, David Muntaner o Melani Costa, y ahí estaba yo para retratarles con las mascotas o la bandera.

El remate de 2008 fue la final de baloncesto. Lo que en 1984 era algo casi exótico, lo tenía ante mis ojos. Y un chaval formado en Sant Josep Obrer iba a ser protagonista de una de las imágenes del partido, de un mate que dio la vuelta al mundo. Rudy Fernández se colgaba la plata en la antesala de su salto a la NBA, y España metía miedo a Estados Unidos. Guardo esa estadística como un tesoro, como los recuerdos de unos Juegos en los que la soledad del redactor de provincia tuvo siempre el cariño del equipo de prensa del COE, en cuyo espacio dentro del MPC siempre encontré la mano tendida para poder sobrellevar y hacer más cómoda la vorágine olímpica.

Y llegó Londres 2012. Los terceros Juegos, tal vez los más intensos. Nos quedamos sin abanderado (Rafa Nadal), pero la representación balear era notable. Eran 12+1, pues incorporábamos a un mallorquín que competía por Gran Bretaña en voley-playa. Al son del London Calling, volvimos a echarle horas y kilómetros. Llegaban nuevos valores (Mario Mola, Sete Benavides, Albert Torres, Fabián González, David Bustos, Sergio Llull...), y otros veían su último tren allí.  Desde mi prisma, no hubo decepciones. El que no rozaba el diploma o la final, batía récords de España, impensables tiempo atrás. O lo daba todo sobre el tartán, en el agua, pedaleando o corriendo a pie por Hyde Park.

Me llegó la tristeza de Melani Costa por quedarse una y otra vez fuera de las finales de natación; la sonrisa de un Mario Mola a la sombra de la plata de Gómez-Noya.; o la sinceridad de David Bustos tras caer en el 1.500. También la cara de un alucinado Albert Torres o las prisas de David Muntaner (les perdieron las bicicletas), y el cabreo de Nuria Llagostera tras ver que se tiraba por la borda el doble mixto.

Pero un momento lo justificó todo. Los Juegos hicieron justicia con Brigitte Yagüe. Si ocho años antes contaba su temprana eliminación, en 2012 nos brindó uno de los minutos más intensos de mi vida. Una secuencia de patadas, de taekwondo vertiginoso que le valieron la plata que completa su brillante historial. Sus palabras recordando aquella mañana de agosto de 2004 jamás las olvidaré.

Igual que esa aparición en zona mixta de Marga Crespí. “Creo que estás más contento tú que yo”, me soltó con su bronce en natación sincronizada al cuello ante los demás compañeros, antes de fundirnos en un abrazo con el que ambos soltamos la tensión acumulada.

Las alegrías se amontonaron en los últimos cuatro días. Y justificaban tantas horas de metro, DLR, autocar... Esos eternos traslados a Eton Dorney (piragüismo), donde aparecí bajo la lluvia y conduciendo un cochecito de golf. Allí, las tertulias fueron largas, y las palabras de Kiko Martín, premonitorias. “Si hace viento, no lo tengo claro”, espetaba sobre su pupilo, Sete Benavides, al que unas décimas privaron del podio, de una medalla que habría cambiado definitivamente su vida.

De nuevo el cierre fue de plata. Y en baloncesto. Por partida doble y con una motivación extra. Llegaba la primera medalla olímpica menorquina y los compañeros de la edición de la isla vecina lo vivieron con enorme expectación. La foto de Rudy y Llull exhibiendo su plata, y la de Sergio en solitario, valían su peso en oro. “¡Esto es la portada de mañana!”, me dijo el pequeño de los Fernández. Y así fue.

Recuerdos, medallas, alegrías, tristezas, mucho deporte, unas cuantas páginas de periódico y una interminable lista de amigos es lo que me queda. Y puede que lo mejor esté por llegar. En nada, nos vemos en Río. Y seguro que habrá muchas cosas que contar.