La felicidad de una medalla inesperada
Patricia Moreno alcanzó la gloria olímpica en Atenas'04. Participaba en unos Juegos con dieciséis años, estaba entre las mejores, pero no entre las favoritas a medalla. Sin embargo, su ejercicio en la final de suelo mereció un bronce que la gimnasta madrileña considera mérito de todo el equipo.
Gracias a mi hermana Ainhoa descubrí la gimnasia, que ha sido y es mi pasión. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a dedicarle una medalla olímpica solo unos pocos años después de empezar a practicar este deporte?
(Fotos: Archivo personal de Patricia Moreno)
Cuando era pequeña me fijaba en gimnastas como Eva Rueda, que fue mi entrenadora y una de mis referentes, o en la rumana Catalina Ponor, a quien admiraba de antes... y con la que llegué a competir. Fillo (Jesús Carballo) me enseñó los grandes valores de la gimnasia, como, por ejemplo, el sentido de equipo.
2004 fue un año de mucho trabajo (también los anteriores), porque todas las niñas queríamos formar parte del equipo nacional. En el Europeo quedamos cuartas -éramos Elena Gómez, Sara Moro, Tania Gener, Mónica Mesalles y yo-, y Elena fue plata en suelo. Era la gran baza del equipo.
La preparación para los Juegos fue, lógicamente, dura, pero teníamos muchísima ilusión. Fillo me decía: "Tus Juegos son los siguientes". Atenas me iba a servir para coger experiencia, porque aún era un poco inestable, fallaba mucho. El objetivo era hacerlo lo mejor posible.
Los Juegos son, principalmente, convivencia. Era increíble coincidir con Gasol o Navarro en el autobús, o que cualquier otro deportista viniera a vernos y animarnos. No estuvimos en la ceremonia de inauguración de los Juegos porque competíamos al día siguiente. Compartí habitación con Elena y Sara, que eran las veteranas del grupo.
La rotación por equipos fue mala, acabamos en barra, un aparato en el que los nervios suelen traicionarte. Quedamos quintas, por detrás de Rumanía, Estados Unidos, Rusia y Ucrania.
Para nosotras fue triste que Elena se quedara fuera de la final de suelo. Tuvo mucha presión y falló, algo que nadie esperaba. Pero en unos Juegos puede ocurrir de todo, un mínimo fallo te penaliza y hay otras gimnastas a tu mismo nivel. Yo logré pasar, con la quinta mejor nota, pero iba a ser una más, sin excesivas posibilidades de podio. Elena quedó octava en el concurso completo.
Me acuerdo de la fecha de la final: 23 de agosto. Yo tenía algo más de dieciséis años y medio. Salí la segunda, una mala posición, detrás de Daiane, la brasileña. Pero hice un buen ejercicio, sin presión. Me acuerdo de que Fillo me abrazó y me dijo que tenía que mejorar algunos detalles de cara al futuro. También Elena y Sara me tranquilizaron. Me senté y me puse a ver la final.
Salió la china, la canadiense, la norteamericana... Cuando empecé a ver que algunas personas en la grada me hacían señas para que mirase el marcador, me di cuenta de que era bronce. La ucrania se había caído, y yo estaba, matemáticamente, en el podio. Me acuerdo de que fue Amaya, la fisio, quien me lo confirmó. Entonces vinieron las felicitaciones.
Más que la medalla, lo que recuerdo son los momentos de los abrazos de las compañeras.
Fue muy emocionante, pero también inesperado. No había sido finalista ni en el Europeo ni en el Mundial, era ilógico pensar en que yo fuera capaz de entrar en una final, y más ilógico aún que conquistase una medalla. Pero así son los Juegos.
Recuerdo que en el podio estaba bastante nerviosa, además no sabía inglés. Fue Catalina (Ponor) quien fue diciéndome lo que tenía que hacer en cada momento. Fue muy especial el momento en que vi subir la bandera española junto a las dos de Rumanía.
Dediqué el bronce a mi hermana Ainhoa, aunque, sinceramente, creo que aquella medalla no fue mía. Fue el premio al trabajo de mis compañeras, los entrenadores, los técnicos... Porque la gente de la gimnasia formamos una gran familia.
Aquella noche estuve hasta las tantas con el control antidopaje, y apenas pude saludar a mi familia, que tuvo que abandonar el pabellón. Al día siguiente, la rueda de prensa, y luego hicimos turismo por Atenas y cenamos con la Federación.
Después de la medalla, estuve apareciendo unos meses en televisión, pero me lesioné en el Europeo de Hungría al año siguiente y desaparecí. Sentí bastante abandono por parte de las autoridades federativas y del CSD de entonces, una falta de apoyo que también han sufrido otros muchos deportistas de élite. Pasar del todo a la nada es duro.
En 2006 volví a la competición, pero ya no estaba entre las favoritas. Otra vez tenía que ganarme el sitio. Trabajé duro para estar de nuevo entre las mejores. Fui campeona de España de suelo, barra, asimétricas y concurso general. Me lesioné de nuevo en el Mundial de Stuttgart. Traté de recuperarme para luchar a contrarreloj por una plaza de cara a Pekín, pero no llegué. Otras compañeras estaban mejor que yo en aquel momento. Entonces decidí dejarlo.
De vez en cuando vuelvo a ver las imágenes, y saco fallos, claro, sobre todo ahora que soy entrenadora. Desde que tenía siete años, practiqué la gimnasia de manera natural, ahora me es difícil explicarlo a las niñas.
Si volviera a nacer, sería gimnasta de nuevo, y trataría de llegar a la élite, aunque cueste mucho rehacer tu vida cuando lo dejas y además no se reconoce el esfuerzo. Por suerte para la gimnasia, ahora las cosas son distintas.