Pensó en la retirada en 2012, después de quedar cuarta en los Juegos de Londres. Pero decidió seguir. A los pocos meses, regresaba con ilusión renovada a los entrenamientos. Cambió su vida, regresó sin la presión de los años anteriores, compaginó el deporte con la política, hizo entrenamiento de calidad. El salto de altura se convirtió en un motivo para disfrutar. Empezaba su segunda juventud.
Un regalo de la vida, como ella lo ha definido. Estos cuatro años ha ocupado lugar sobresaliente en la élite del salto de altura europeo (dos títulos continentales) y mundial. A sus treinta y siete años estaba en su mejor momento. Hoy, en Rio, ha culminado su brillante trayectoria.
(Foto: COE)
En sus cuartos Juegos, cumplió su objetivo. Y lo hizo a lo grande. En un concurso exigente, saltó a la primera 1,88, 1,93 y 1,97 metros. Fue la única en conseguirlo. Su seguridad fue crucial, porque ni ella ni las rivales sobrepasaron los 2 metros.
Se la veía disfrutando. Moviendo los dedos, como si el listón estuviera ya bajo su espalda. Sonriendo y diciéndose: "Venga, que puedo". Esta vez, el destino la eligió a ella. La santanderina se convertía en campeona olímpica.
En el estadio olímpico se abrazó a su entrenador, Ramón Torralbo, con quien lleva toda la vida. El hombre que la convenció para que regresase. El hombre que la ha guiado para llegar, puntual, a su cita con la historia olímpica.
(Foto: COE)
Es el tercer oro del atletismo español en la historia, después de Fermín Cacho y Daniel Plaza. Veinticuatro años después.