Perdió el combate que le garantizaba, al menos, la medalla de bronce en la categoría de peso mosca ligero (46-49 kilos) por decisión dividida (2-1). En tres asaltos muy igualados, el colombiano Yurbenjen Martínez acabó con las aspiraciones de Samuel Carmona, que entró y salió del ring del pabellón 6 de Riocentro con la cautivadora sonrisa de los ídolos populares. Esos que reciben cariño por donde quiera que van, y que encarnan los deseos íntimos de millones de españoles. Salir de la miseria para alcanzar una vida mejor.
(Foto: COE)
Porque su historia personal y su insólita, por meteórica, progresión le han proporcionado una repentina popularidad. Su origen es humilde. Tiene veinte años, se crió en La Isleta, en Gran Canaria, y hasta hace poco ayudaba a sus padres en la venta ambulante. Conoció el boxeo a los once años de la mano de su abuelo, que le ponía vídeos de grandes púgiles, como 'Sugar’ Ray Leonard y Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán. En su honor lleva tatuado su nombre, Bubalé, en la parte interior del labio. Se aficionó, aunque su madre no le dejaba ir al gimnasio. El doble medallista olímpico español Rafael Lozano le reclutó hace apenas un año, cuando le descubrió en el campeonato de España. Samuel aceptó el reto de alejarse de su familia. En la residencia Blume enseguida cayó simpático al personal y a los deportistas. Paso exitoso por el Europeo y el Mundial, y a los Juegos.
De pequeño, no siempre pudo tener aquello que sus ojos deseaban. Ahora, lograr la medalla de oro para comprar una casa a su madre era una legítima ambición, que conecta a este joven grancanario con otros tiempos del boxeo o la tauromaquia. Salir del mercadillo, ganar dinero, ser alguien...
El boxeo es un deporte que vive de la épica de la supervivencia. Y Samuel Carmona sabe que nadie regala nada. Que hay que pelear mucho. Que con frecuencia los golpes de la vida son peores que los del ring. Por eso, se ha tomado en serio la aventura olímpica. Y ha dado fruto. En Rio, dos victorias. La lograda en octavos de final ante Paddy Barnes fue fue seguida casi por un millón de espectadores.
Samuel es un chico alegre, atrevido, espontáneo, con el desparpajo propio de la venta ambulante, también visceral, que ha tenido que modelar su carácter y adaptarse a una vida que exige disciplina y perseverancia, si uno quiere hacer realidad un sueño. De niño le llamaban Infierno. Hoy, su apodo es Chacal, por el cubano Guillermo Rigondeaux, uno de sus ídolos. En el cuadrilátero es eléctrico, codicioso, con hambre de victoria, como ha demostrado en Rio. Con la picardía y el instinto de supervivencia propios de quien se ha criado y conoce la calle. De quien sabe buscarse la vida. Un chaval que no se achica ante nada ni ante nadie.
(Foto: AIBA)
En el combate decisivo en Rio, no dejó de bailar, de saludar al público, al rival. Probablemente estaría pensando en su familia, en su novia, en el camino recorrido para estar ahí. Después de tres ajustados asaltos, el árbitro levantó el brazo de su rival, pero Samuel mantuvo la sonrisa, saludó al ganador y se marchó por el túnel con la misma sonrisa del principio. "Esto acaba de empezar, me queda mucho camino. Estoy súper orgulloso”, Gracias a toda España a por el apoyo. Me siento orgulloso de ser español". Como los ídolos populares.
Tenía claro a lo que venía a Rio. Ahora, el sueño finaliza. Ha vivido en una nube, pero, tras vivir la mejor experiencia de su vida -y con un diploma bajo el brazo-, toca volver a poner los pies en tierra. Otro apodo por el que se le conoce es Patriarca. Una "jerarquía" a la que accede muy joven y que ahora toca mantener.
Es la gran esperanza del boxeo español. Los técnicos le auguran un gran futuro, pero es muy tentador dejarse llevar por la fugacidad de los halagos. La popularidad es adictiva, y los reality-shows, muy tentadores. En manos de este nuevo príncipe gitano y de su entorno familiar y deportivo está decidir el rumbo de su vida en los próximos años. Tokio'20 está muy lejos.
Ganas de gloria no faltan a Samuel. De momento, el Olimpo gitano le ha abierto la puerta.