La actual oleada feminista que está sacudiendo los cimientos de las relaciones de género, ha coincidido con un importante auge del fútbol femenino, que finalmente parece salir de los oscuros márgenes de la historia. La simultaneidad de ambos movimientos no parece una casualidad. El fútbol, fenómeno de masas de alcance global, es a la vez un espacio masculinizado como pocos. Algunas semanas atrás, el seleccionador mexicano Juan Carlos Osorio declaraba en una conferencia de prensa lo que todavía muchos piensan: “esto es un juego de virilidad, de hombres”. Sin embargo, no existe nada “natural” en esta relación privilegiada entre fútbol y masculinidad. Durante décadas, los hombres defendieron su hegemonía sobre el mundo de fútbol, excluyendo a las mujeres de él. El presente artículo repasa las principales etapas de esta historia.
En una reciente entrevista, Rafael Nadal defendía la brecha salarial en el mundo del tenis afirmando que “quien consigue más audiencia, gana más”. Lamentablemente, hoy en día este tipo de razonamientos tienden con frecuencia a ser considerados de sentido común; pero ¿es posible valorar las “justicia” del mercado sin tener en cuenta los siglos de opresión, desigualdades y explotación que nos han llevado a la situación actual?
A lo largo de los últimos dos siglos, el deporte femenino -y en particular el fútbol- fue sistemáticamente ridiculizado, obstaculizado, censurado, simplificado, reprimido y prohibido. La historia del fútbol femenino es un capítulo más de la larga historia del control masculino sobre el cuerpo de las mujeres, de su relegación a roles secundarios y de su adecuación forzada a un ideal de feminidad definido por los hombres. Es descorazonador pensar en las generaciones y generaciones de mujeres a las que se les privó de algo tan simple como jugar fútbol y ganarse la vida haciéndolo, así como también de la posibilidad de contar con sus propios referentes. Como señala la futbolista brasileña Aline Pellegrino, “Brasil es el país del fútbol, pero la gente no sabe que es el país del fútbol masculino (…) Todas las chicas de mi generación jugaban con chicos. No vi mujeres jugando en la televisión. No había nadie a quien admirar o inspirarse. Jugué porque quería jugar”.
Fútbol y mujer en la Inglaterra victoriana
La historia del fútbol tiene raíces profundas que abarcan varios siglos, sin embargo, la versión moderna que conocemos se gestó durante el siglo XIX en la Inglaterra victoriana. La obsesión por conservar la aptitud física de las clases dirigentes dio un gran impulso al fútbol en las elitistas public schools, cada una de las cuales desarrolló una variante distinta. En 1863 se fundó la Football Association (FA) con el objetivo de homogeneizar las reglas del juego, iniciándose así el proceso de desarrollo del fútbol tal como lo entendemos hoy. El association football, como era conocido, experimentó un acelerado crecimiento, constituyéndose numerosos clubes que en 1871 disputaron la primera copa de la FA, y en 1888 organizaron la primera liga. En 1885, la FA se vio obligada a aceptar el profesionalismo, paso fundamental para la incorporación de jugadores provenientes de la clase obrera. A finales de siglo, el fútbol había salido de la burbuja aristocrática para transformase en un fenómeno de masas, y el número de espectadores en los estadios podía alcanzar cifras colosales.[1]
Inicialmente, los únicos deportes aceptados para las mujeres eran los que podían adaptarse a la moda victoriana y jugarse preferentemente en privado, como el tenis.
Durante esta fase, el fútbol había estado dominado totalmente por hombres. A finales del siglo XIX, el deporte femenino comenzaba a avanzar poco a poco, pero al coste de importantes renuncias. En líneas generales, la opinión pública masculina consideraba que las mujeres debían limitarse a practicar deportes en espacios privados y que fuesen “compatibles” con la falda y corsé, los elementos clave de la rigurosa moda victoriana. El tenis, el golf, el criquet o el hockey lograron adaptarse a estos requisitos, pero en el caso del fútbol no había mucho espacio para la transigencia. Era un deporte que atraía una gran atención mediática y de público, y que requería de una completa libertad de movimientos, en particular para las piernas. Por estos motivos, las pioneras del fútbol femenino en Gran Bretaña utilizaron dicho deporte como plataforma para visibilizar las reivindicaciones feministas, despertando grandes pasiones entre la opinión pública.
Los primeros partidos de fútbol jugados por mujeres ante público se remontan a 1881. Entre mayo y junio de ese año, un grupo de mujeres recorrió distintas ciudades británicas jugando ocho partidos que atrajeron a miles de espectadores. La mayoría de estos encuentros se desarrolló con normalidad, pero en Glascow y Manchester el público invadió el campo e intento agredir a las futbolistas, que debieron escapar bajo una lluvia de proyectiles. Las jugadoras habían anticipado la posibilidad de reacciones negativas, por lo que decidieron utilizar pseudónimos en vez de sus nombres verdaderos. Esta primera experiencia tuvo un final abrupto, y habría que esperar casi 15 años para que el fútbol femenino irrumpiese una vez más en la esfera pública.
A finales de 1894, se fundó en Londres el primer club de fútbol femenino: el British Ladies’ Football Club (BLFC). La impulsora de la iniciativa fue Netty Honeyball, casi seguramente un pseudónimo, cuya verdadera identidad todavía es objeto de debate. El BLFC contó con el patrocinio de Lady Florence Dixie, conocida por sus ideas feministas y miembro de una de las familias más propensas al escándalo de la aristocracia británica. Otro elemento destacado fue la participación de la sufragista escocesa Helen Matthews (bajo el pseudónimo de Mrs. Graham), la única que contaba con experiencia previa en el mundo del fútbol, habiendo participado en la gira de 1881.
Nettie Honneyball
Honeyball reclutó jugadoras a través de anuncios en la prensa, en su gran mayoría mujeres jóvenes de clase media y alta. Tras algunas semanas de entrenamiento, el primer partido se disputó el 23 de marzo de 1895 en el barrio londinense de Crouch End. Ante la falta de otros clubes femeninos, el BLFC se dividió en dos equipos llamados genéricamente “Norte” y “Sur”. El interés generado por el evento superó todas las expectativas, acudiendo unos 10.000 espectadores. A pesar de la actitud hostil del público y de la prensa, el BLFC continuó con su actividad, iniciando una serie de frenéticas giras por las islas británicas en las cuales jugaron más de 160 partidos entre 1895 y 1897.
Estas giras fueron adquiriendo un carácter cada vez más cercano al espectáculo que a lo deportivo, despertando reacciones diversas entre el público, tanto positivas como violentas. La sobrecarga de encuentros significó grandes dificultades para mantener los compromisos, y muchas veces sólo un puñado de jugadoras lograba llegar a tiempo al partido. Además, a finales de 1895 el BLFC se escindió en dos equipos, liderados respectivamente por Honeyball y Helen Mathews, debido a diferencias por temas económicos. Ambos equipos pretendían ser considerados como las originales lady footballers, lo que llevó a que Florence Dixie retirase su apoyo y se desentendiese del fútbol femenino. Finalmente, en 1897 el BLFC se disolvió de forma definitiva.
Los dos equipos que disputaron el partido de Crouch End en 1895.
La experiencia del BLFC abrió un caluroso debate en la prensa sobre la práctica femenina del fútbol. Salvo algunas excepciones, la gran mayoría de las opiniones fueron negativas, e incluso algunos médicos se pronunciaron sobre los riesgos para la salud de las mujeres y la maternidad. Dixie y Honeyball participaron activamente en este debate, mostrando que para ellas la fundación de un club de fútbol femenino tenía un claro significado político. Al respecto, Honeyball afirmó en una entrevista que:
No hay nada de naturaleza absurda con respecto al British Ladies’ Football Club. Fundé la asociación a fines del año pasado [1894], con la firme determinación de demostrarle al mundo que las mujeres no son las criaturas “ornamentales e inútiles” que los hombres imaginan. Debo confesar que mis convicciones en todos los asuntos en que los sexos están tan ampliamente divididos, están siempre del lado de la emancipación y espero con ansias el momento en que las mujeres puedan sentarse en el Parlamento y tener una voz en la dirección de los asuntos, especialmente en aquellos que más les conciernen.[2]
Por el contrario, para la gran mayoría de los hombres la idea de que las mujeres jugasen fútbol era ridícula. Un lector lo expresaba del siguiente modo en una carta a un periódico:
A veces, la mujer se balancea como un pato y, otra veces, como un pollo, todo depende de su peso. Es físicamente incapaz de estirar las piernas lo suficiente como para permitirle tomar el paso masculino. La Dama Naturaleza nunca tuvo la intención de que hiciese nada por el estilo. Tanto menos correr.[3]
Las crónicas de los partidos repitieron este tomo burlón y sarcástico con respecto a la pericia de las jugadoras. Por lo demás, considerando la improvisación con que se había creado el equipo y las trabas para el deporte femenino, era natural que la calidad del juego no fuese elevada. Sin embargo, cuando una de las jugadoras demostró una gran habilidad se cuestionó que fuese realmente una mujer y comenzó a ser denominada entre la prensa y el público como “Tommy”.
Caricatura satírica sobre el fútbol femenino, publicada en The Sketch, octubre de 1894. Fuente: www.donmouth.co.uk
En definitiva, la experiencia del BLFC generó reacciones mayoritariamente negativas en la opinión pública, no sólo entre los hombres, sino que también entre algunas mujeres, incluyendo espectadoras, médicas y feministas. Para el historiador James F. Lee, “el fútbol femenino tocaba los temas más candentes de la sociedad victoriana: la reforma de la vestimenta, el ideal de femineidad, la sexualidad de las mujeres y la rígida estructura de clases británica, violando tabúes de una manera que ningún otro deporte podría”.[4]
Por lo demás, el fútbol se había transformado en una esfera dominada por la pujante clase obrera, lo que había provocado su abandono por parte de las élites. El BLFC fracasó no sólo porque el fútbol no era “asunto de mujeres”, sino que, en particular, porque no era cosa de ladies. En este sentido, el proyecto del BLFC, compuesto por mujeres de clase media, hubo de enfrentar una poderosa barrera que impedía el establecimiento de alianzas con las mujeres trabajadoras o con los sectores progresistas de la pequeña burguesía.[5] Por otra parte, existía un dilema fundamental a la base del deporte femenino: si las deportistas lo hacían mal era una demostración de que las mujeres no eran aptas para el deporte, pero cuando exhibían una habilidad especial, su femineidad era negada y su sexualidad cuestionada. Las expectativas sociales con respecto a las deportistas femeninas se basaban en un doble estándar imposible de compatibilizar.[6]
La disolución del BLFC significó la desaparición del fútbol femenino organizado en Gran Bretaña durante casi dos décadas. Se siguieron disputando partidos femeninos esporádicos, aunque en 1902 la FA decidió prohibir los encuentros mixtos, probablemente para cortar de raíz cualquier posibilidad de profesionalización del fútbol femenino. Era el mundo liberal decimonónico que se resistía al cambio con uñas y dientes, y que acabaría arrasado por la Primera Guerra Mundial. Una tormenta de acero, lodo y sangre que sacudió las bases de la sociedad burguesa, y que inauguró la primera “edad dorada” del fútbol femenino.
De la Gran Guerra a la prohibición: la edad de oro del fútbol femenino británico
La Primera Guerra Mundial sacudió la sociedad europea y trastocó temporalmente algunas arraigadas convenciones, incluyendo los roles de género. Esta situación ofreció una nueva oportunidad al fútbol femenino, aunque con protagonistas muy diferentes a las de finales del siglo XIX. Ya no serían ladies victorianas de clase media que veían el fútbol como plataforma para avanzar sus reivindicaciones feministas, sino que obreras que reclamaban como propia la práctica de un deporte que se había transformado en una seña de identidad para la clase trabajadora.
Cuando las potencias europeas declararon la guerra en el verano de 1914, nadie podía imaginar lo que sucedería durante los cuatro años siguientes. La Gran Guerra transformó al mundo de forma radical, como no podía ser de otro modo luego de los millones de muertos y mutilados sacrificados en el altar de la patria. Pero el conflicto no sólo se combatió en las trincheras. La voracidad de la guerra industrial requería la movilización de todos los recursos del país, sin exclusiones de edad, sexo o raza. El envío de los hombres al frente significó una escasez de mano obra que sólo pudo ser compensada con mujeres.
En realidad, el trabajo femenino era una realidad más que consolidada, por lo que el aumento de mujeres trabajando no constituía una gran novedad. La verdadera ruptura se produjo con la incorporación masiva de mujeres en territorios reservados exclusivamente al mundo masculino, como el de la industria metalúrgica y, en particular, la de armamentos, donde llegaron a trabajar unas 700.000 mujeres. Las munitionettes, como fueron llamadas, se convirtieron en uno de los símbolos de la contribución femenina al esfuerzo bélico, además de protagonizar el renacimiento del fútbol femenino en Gran Bretaña.
Obreras trabajando en la una fábrica de Chilwell en 1917. © IWM (Q 30040)
La guerra se llevó a muchos hombres al frente, pero no a los futbolistas profesionales, al menos hasta que la presión de la opinión pública y el paulatino descenso de espectadores llevaron a suspender las competiciones a mediados de 1915. Este vacío generó la oportunidad para la reaparición del fútbol femenino gracias a las munitionettes. En las fábricas, las obreras habían comenzado a ocupar su tiempo libre disputando partidos de fútbol improvisados, transformándose en un popular pasatiempo. La creciente necesidad de recursos para los soldados y sus familias permitió que este nuevo pasatiempo se convirtiese en una verdadera cultura futbolística, obrera y femenina.
Durante 1917 surgieron por todo el norte industrial de Inglaterra decenas de equipos femeninos en las fábricas que comenzaron a disputar partidos entre sí con el fin de recaudar fondos para beneficencia. Esta finalidad facilitó una reacción más benigna con respecto a la de finales del siglo XIX, tanto por parte del público como de la prensa. Inicialmente, estos partidos fueron concebidos como espectáculos extravagantes, en que a veces se jugaba con disfraces o contra equipos de hombres con una mano atada a la espalda. La novedad y la falta de competiciones oficiales aseguraron un rotundo éxito de público. Por otra parte, la calidad del juego fue mejorando con el pasar de los meses, por lo que los aspectos lúdicos desaparecieron para centrarse en lo deportivo. Por primera vez, los periódicos dejaron de preocuparse por la vestimenta de las jugadoras para dedicar sus crónicas a las incidencias del partido.
A mediados de 1917 se organizó la primera competición de fútbol femenina: la Munitionette’s Cup. A pesar de algunos contratiempos, la copa resultó un éxito tanto económico como de público. La final se jugó en mayo de 1918 ante más de 20.000 espectadores, resultando vencedoras las Blyth Spartans Ladies, uno de los primeros equipos femeninos que alcanzaron una cierta fama. En definitiva, la popularidad del fútbol femenino aumentaba cada vez más en el norte industrial, y comenzaba a extenderse hacia el sur.
Blyth Spartan Ladies F.C. fue uno de los pocos equipos no ligados directamente a una fábrica, además de ser las campeonas de la primera competición de fútbol femenina en 1918. Fuente: www.donmouth.co.uk
No obstante, el armisticio (firmado en noviembre de 1918) llegó antes de que el fútbol femenino pudiese asentarse. El fin de la guerra significó la desmovilización de millones de hombres, en un contexto de reconversión y crisis económica. La falta de empleo fomentó la hostilidad contra las obreras, provocando un resurgimiento de los discursos más tradicionales sobre los roles de género y el carácter dañino del trabajo físico para la salud femenina. Ante la presión para que las mujeres “volvieran a sus casas”, en agosto de 1919 el gobierno británico proclamó una ley que les obligaba a abandonar sus trabajos en favor de los soldados que retornaban. Esta expulsión masiva de las mujeres de las industrias tuvo un impacto negativo en el fútbol femenino y, en pocos meses, los equipos de fábrica de las munitionettes prácticamente desaparecieron.
Por suerte, el golpe no alcanzó a ser mortal, y el fútbol femenino logró un nuevo impulso a comienzos de los años ’20 gracias a un equipo legendario: el Dick, Kerr Ladies Football Club. Surgido a finales de 1917 en la fábrica de armamentos Dick, Kerr de Preston, el equipo disputó decenas de partidos benéficos durante los años siguientes, caracterizándose por su elevada calidad y la capacidad para atraer con regularidad a miles de espectadores. Gracias al visionario apoyo de la empresa, el Dick, Kerr Ladies FC alcanzó un rango semiprofesional, con entrenamientos y fichajes de otros equipos, aunque sus jugadoras nunca abandonaron el trabajo en la fábrica.
Las Dick, Kerr Ladies enfrentando a un seleccionado de Francia en Londres (1920). © British Pathé
Las Dick, Kerr Ladies alcanzaron fama nacional al disputar en 1920 una serie de encuentros contra una selección femenina francesa. La expectación creada en Londres por el partido, celebrado en Stanford Bridge, y la difusión de imágenes a través de los noticieros cinematográficos Pathé, contribuyeron al renacimiento del fútbol femenino en la posguerra y a su expansión más allá del norte industrial. Numerosos clubes comenzaron a surgir, esta vez desligados de las fábricas y atrayendo también a una cantidad importante de jugadoras de las clases medias. Paralelamente, la celebridad de las Dick, Kerr Ladies seguía en aumento. Algunos meses después devolvieron la visita con un exitoso tour por Francia y, de retorno a Inglaterra, disputaron el primer partido de la historia con iluminación artificial. El punto culminante, tanto para las Dick, Kerr Ladies como para la edad dorada del fútbol femenino británico, fue el partido disputado en el Boxing Day de 1920 (26 de diciembre), cuando Dick, Kerr derrotó a St. Helen’s Ladies en Goodison Park ante más de 53.000 espectadores, mientras que unas 14.000 personas se quedaban afuera sin conseguir entrada. En total, el partido recaudó 3.115 libras, es decir, más de 700.000 euros actuales.
A comienzos de 1921, las Dick, Kerr Ladies se habían transformado en la principal atracción del fútbol británico, y aunque a nivel general el desarrollo del fútbol femenino en Inglaterra era aún incipiente, las señales sobre su futuro eran bastante positivas. En los primeros meses del año, Dick, Kerr jugó más de 25 partidos ante unos 400.000 espectadores. La amenaza que esto comenzaba a representar para el fútbol masculino se hizo evidente en mayo, cuando mientras las Dick, Kerr Ladies jugaban ante unas 10.000 personas, un partido simultáneo de la liga lograba atraer sólo a 13 espectadores. Por otra parte, el fútbol femenino había comenzado a adquirir también tonos políticos, al repetirse en el norte el esquema de los partidos benéficos con el objetivo, esta vez, de recaudar fondos para la gran huelga minera de 1921.
Lily Parr (1905-1978) fue la principal estrella de las Dick, Kerr Ladies, anotando alrededor de 1.000 goles a lo largo de tres décadas. Rebelde, obrera, talentosa jugadora, abiertamente lesbiana, fumadora compulsiva… Lily Parr desafió todos los principales tabúes de su época. Es la primera mujer incluida (de forma póstuma) en el salón de la fama del fútbol inglés en 2002, además de ser también la primera mujer expulsada de un partido de fútbol.
La enorme cantidad de dinero, público y atención mediática generada por el fútbol femenino comenzó a preocupar a los dirigentes de la Football Association (FA), órgano que dominaba con puño de hierro el fútbol inglés. La respuesta fue implacable y tuvo consecuencias de muy larga duración. El 5 de diciembre de 1921, la FA adoptó por unanimidad una resolución en que se afirmaba que el fútbol era un deporte inapropiado para las mujeres. Además, considerando algunas denuncias que no todos los fondos recaudados se destinaban a la beneficencia, decidió prohibir a los clubes afiliados ceder sus estadios para que se disputasen partidos de fútbol femenino. En consecuencia, las mujeres quedaron sin acceso a espacios adecuados para disputar encuentros de fútbol ante público en Inglaterra.
La prohibición reflejaba en parte la voluntad de una organización extremadamente elitista de combatir cualquier atisbo de profesionalismo entre las mujeres, batalla que había ya perdido hace muchos años con respecto al fútbol masculino; sin embargo, era sobretodo una medida injusta y misógina. Una represalia tanto contra el auge del fútbol femenino como, a un nivel más general, contra las conquistas del feminismo y el avance de los derechos de las mujeres. El fútbol femenino seguía desafiando estereotipos y roles de género consolidados en la sociedad británica, lo que generó una creciente campaña de prensa en su contra. Cada vez surgieron más voces denunciando que el fútbol, mucho más que otros deportes, era una amenaza para la integridad moral de las mujeres. Los médicos también expresaron su opinión con respecto al carácter dañino del fútbol para el frágil físico femenino, lo que ponía en peligro su capacidad para procrear.
En respuesta a la prohibición, algunos clubes fundaron la English Ladies Football Association (ELFA) y crearon una nueva competición. Sin embargo, al defender incondicionalmente la bandera del amateurismo, la ELFA acabó alejando a los principales clubes, y su competición naufragó ante las enormes dificultades para encontrar estadios donde jugar. Las Dick, Kerr Ladies intentaron combatir la prohibición de la FA con una ambiciosa gira por Norte América, aunque no lograron disputar ningún partido en Canadá debido a que la asociación de fútbol local replicó la actitud de la inglesa. En EEUU jugaron nueve partidos que convocaron a unos 75.000 espectadores. Ante la inexistencia de equipos femeninos, las Dick, Kerr Ladies compitieron contra hombres, demostrando estar sobradamente a la altura del desafío al alcanzar 4 victorias, 2 empates y 3 derrotas.
Las Dick, Kerr Ladies en 1925.
La favorable recepción de la prensa y el público estadounidense no logró cambiar la situación. La prohibición de la FA (que se mantuvo en pie hasta los años ’70) estranguló el fútbol femenino, sin que lograse reinventarse. La edad de oro iniciada durante la guerra se había ya agotado a mediados de la década de los ’20. Muchas mujeres siguieron jugando fútbol, pero, al igual que a comienzos de siglo, lo hicieron en un modo casi privado y sin una organización solida ni competiciones relevantes. Ante las limitaciones para disputar partidos, las Dick, Kerr Ladies perdieron el patrocinio de la fábrica y pasaron a llamarse Preston Ladies FC. El club se mantuvo con vida hasta 1965, jugando partidos con cierta regularidad, aunque siempre en campos secundarios. En definitiva, la prohibición de la FA obligó al fútbol femenino a iniciar una larga travesía en el desierto durada más de 50 años.
La larga travesía en el desierto: el fútbol femenino en el siglo XX
Es imposible saber cuál hubiese sido el futuro del fútbol femenino en el Reino Unido sin la actuación de la FA. Evidentemente, nada asegura que tras la “edad dorada” iniciada con la guerra hubiese logrado consolidarse y asentarse. Lo que sí es seguro es que la prohibición de la FA condenó al fútbol femenino a la marginalidad más absoluta durante décadas. En este sentido, el retraso del fútbol femenino no se debió a una falta de interés por parte de las mujeres o a una supuesta predisposición “natural” de los hombres. Primero que nada, se debió a la actuación consciente durante décadas del mundo futbolístico masculino para bloquear y asfixiar su desarrollo. La prohibición de la FA no fue ni la única de este tipo ni la peor. En varios países las federaciones nacionales se negaron a acoger el fútbol femenino y adoptaron algún tipo de medida para boicotearlo, utilizando argumentos similares a los ingleses. De este modo, las mujeres que quisieron practicar este deporte debieron hacerlo en condiciones extremadamente precarias, muchas veces por debajo de un nivel amateur.
Primera página del periódico deportivo fascista Il Littoriale, reproduciendo un comunicado del Comité Olímpico Italiano de 1933 en el que se vanagloria de haber prohibido varios partidos de fútbol femenino.
A este respecto, el caso francés resulta bastante ilustrativo. En el país galo, la Gran Guerra también provocó un auge del fútbol femenino, aunque por razones diferentes a Inglaterra. No fue un movimiento nacido en las fábricas, sino entre mujeres de clase media que aprovecharon la actitud más positiva hacia la actividad física femenina, derivada de un contexto bélico que invitaba a tomar medidas para asegurar el desarrollo de una “raza fuerte”. De este modo, la creación de una federación de sociedades deportivas femeninas en 1917 dio un importante impulso al fútbol. Lentamente, el número de clubes comenzó a crecer y a partir de 1919 se inauguró un campeonato de Francia que se disputó hasta 1932.
Sin embargo, ya desde comienzos de los años ’20 la actitud ante el fútbol femenino cambió de manera radical y se gestó una virulenta campaña en su contra, denunciando la peligrosidad para la salud y la maternidad. Por ejemplo, en 1923 Georges Racine afirmaba que: “El acto de golpear un balón con el pie en un globo ejerce una presión abdominal muy intensa que podría tener los efectos más graves en los órganos de la mujer. Su práctica tendría para el niño en gestación una influencia nefasta para su desarrollo”.[7]
Las críticas se centraron también en combatir el profesionalismo, en destacar la inmoralidad del juego y en advertir sobre la pérdida de feminidad de las futbolistas. Tras una década, los continuos ataques lograron desprestigiar completamente el fútbol femenino, que acabó siendo expulsado de la Fédération des sociétés féminines sportives de France en 1933. Al igual que en Inglaterra, la falta de reconocimiento oficial redujo al fútbol femenino a un deporte más bien anecdótico y semiclandestino. Por otra parte, durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que el régimen de Vichy fomentó el deporte femenino, hizo una notable excepción con el fútbol, cuya práctica fue “prohibida vigorosamente” para las mujeres en 1941.
Al igual que en épocas anteriores, el fútbol femenino seguía amenazando con subvertir aspectos centrales de la dominación masculina y, en consecuencia, siguió despertando reacciones despectivas y represivas. Un ejemplo de especial gravedad es el caso brasileño, país en que o futebol se encuentra integrado profundamente en la identidad nacional. En Brasil, el fútbol femenino comenzó a desarrollarse en Rio de Janeiro a inicios de los años ’40. Al igual que había sucedido en otras partes del mundo, el surgimiento de clubes femeninos generó un amplio debate en la prensa, destacando las opiniones negativas basadas en los discursos médicos y científicos dominantes. Escandalizado por la idea de ver mujeres jugando fútbol, y para prevenir los riesgos que corría el frágil organismo femenino, un tal José Fuzeira escribió al presidente Getúlio Vargas para que tomase medidas. La carta despertó preocupación en el Gobierno, que encargó un informe a la División de Medicina Especializada del Ministerio de Educación y Salud. La respuesta fue la siguiente:
Efectivamente, el movimiento que se esbozó en esta Capital para la formación de varios equipos femeninos de fútbol, y que tomó cuerpo con el apoyo de algunos periódicos cariocas, es de aquellos que merecen la reprobación de las personas sensatas, tanto por el espectáculo ridículo que representa la práctica del “association [football]” por las mujeres, como también por las razones de orden fisiológico, que desaconsejan sumariamente un género de actividad física tan violento, incompatible incluso con las posibilidades del organismo femenino.[8]
En consecuencia, la policía decidió clausurar los clubes femeninos de Rio, mientras que la ley de creación del Conselho Nacional de Desportos en 1941 incluyó un apartado en el que se prohibía a las mujeres practicar deportes incompatibles con su naturaleza, en particular, el fútbol. Una prohibición que fue reafirmada durante la dictadura militar y que no se levantó de forma definitiva hasta 1979. Como señala el historiador Fábio Franzini:
Más allá del machismo y del moralismo que las preocupaciones por el bienestar de las brasileñas no lograban esconder, [estas preocupaciones] revelan que, en verdad, el gran problema no se refería al fútbol en sí, sino precisamente a la subversión de roles promovida por las jóvenes que lo practicaban, ya que ellas estarían abandonando sus “funciones naturales” para invadir el espacio de los hombres. No por casualidad, el foco del debate se centraba en los usos que las mujeres hacían de su propio cuerpo, de ahí derivándose el tema de la maternidad. (…) El fútbol femenino, por lo tanto, sólo podía representar una “conducta desviada” inadmisible a los ojos del Estado Novo y de la sociedad brasileña del período, pues abría posibilidades más allá de aquellas consagradas por el estereotipo de la “reina del hogar”, que incensaba a la “buena madre” y a la “buena esposa” (…) restringida al espacio doméstico.[9]
Fueron necesarias profundas transformaciones culturales, en especial el creciente desafío a los roles tradicionales de género y al control sobre el cuerpo de las mujeres a partir de los años ’60, para que el mundo del fútbol comenzase a abrirse tímidamente. En realidad, las mujeres nunca dejaron de jugar fútbol, pero se vieron obligadas a practicarlo de una manera casi privada, sin estructuras organizativas ni reconocimiento oficial. En algunos países de Europa (en particular Inglaterra, Italia y la República Federal Alemana), el fútbol femenino mantuvo una presencia importante a pesar de las barreras. En 1970 fue creada en Turín la Federación Internacional y Europea de Fútbol Femenino, que organizó dos mundiales no oficiales: en 1970 en Italia y en 1971 en México. Si el torneo italiano atrajo a un público más que respetable, el de México superó todas las expectativas. La asistencia media fue de 20.000 personas y la final (entre México y Dinamarca) se disputó ante 110.000 espectadores, constituyendo hasta el día de hoy el récord para un partido femenino.
Cartel del campeonato mundial femenino de México en 1971, con la “mascota” oficial Xochitl (“flor” en náhuatl). Fuente
Cabe destacar que estos torneos fueron organizados por empresarios que pretendían explotar de forma comercial lo que en ese entonces era (una vez más) una novedad. El éxito de público demostró el elevado potencial económico, lo que atrajo el interés de los principales órganos futbolísticos. En 1971, la UEFA recomendó a sus asociados tomar el control del fútbol femenino, lo que llevó a la FA a levantar finalmente la prohibición de 1921.[10] Durante la década de 1970 comenzó el reconocimiento oficial y la incorporación del fútbol femenino en las respectivas federaciones nacionales. Un proceso lento y que no estuvo exento de polémicas.
En España, el presidente de la RFEF José Luis Pérez-Payá declaraba todavía en 1971: “No estoy en contra del fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida. Cualquier traje regional le sentaría mejor”[11]. Ese mismo año comenzaron a disputarse los primeros partidos no oficiales de selecciones femeninas españolas, con la oposición de la RFEF que impedía el uso del escudo y la bandera. En varias ocasiones, los árbitros federados tuvieron que usar chándal en vez de su uniforme habitual. Sólo en 1980 la RFEF admitió al fútbol femenino en su seno, y hubo que esperar hasta 1983 para el primer partido oficial de España. Hasta el día de hoy, las jugadoras que disputaron partidos con la selección española con anterioridad a esa fecha no son reconocidas por la RFEF .
Concepción Sánchez, conocida como “Conchi Amancio”, fue una de las pioneras del fútbol femenino español (foto de 1971). Fuente: elpais.com
Entre los años ’70 y ’90, el fútbol femenino experimentó un boom a nivel global, expandiéndose especialmente por Asia, Europa y Norte América. El caso de EEUU es el más interesante, en cuanto la ausencia de una cultura futbolística comparable a la de otros países permitió que el fútbol fuese asociado con el mundo femenino en vez del masculino. Para David Goldblatt, el soccer se reveló como el deporte de equipo ideal para las clases medias blancas, al ser visto como una alternativa menos violenta al fútbol americano, y menos sospechosa que el baloncesto dominado por los afroamericanos. Hacia el año 2000, en EEUU había alrededor de siete millones de jugadoras, y el fútbol femenino comenzaba a despertar una cierta atención mediática tras la victoria de la selección local en el mundial de 1999. A pesar de esto, las enormes dificultades para crear una liga regular en EEUU apuntan hacia uno de los principales desafíos del fútbol femenino en las últimas décadas: el profesionalismo.[12]
Lo cierto es que durante bastante tiempo el reconocimiento oficial y la incorporación a las federaciones nacionales e internacionales no significaron avances significativos. Para estos organismos, el fútbol femenino continuó siendo visto como una variante marginal del masculino, caracterizándose por una sistemática falta de apoyo y recursos. En otras palabras, la burocracia del fútbol no supo qué hacer con las mujeres, y acabó sumiendo el fútbol femenino en un largo estancamiento. Tan sólo en los años ’80 comenzaron a disputarse torneos continentales y el primer mundial oficial de la FIFA fue en 1991. Mención aparte para el Comité Olímpico Internacional, que no incorporó el fútbol femenino hasta los juegos de Atlanta en 1996.
La selección femenina de EEUU festeja su triunfo en el mundial del 2015. Las norteamericanas han ganado tres de los siete mundiales disputados hasta el momento. Fuente: ussoccer.com
La principal consecuencia del lento desarrollo y la falta de inversión ha sido la dificultad para el tránsito al profesionalismo, que se ha transformado en el talón de Aquiles del fútbol femenino. Durante décadas, la mayoría de las ligas nacionales se caracterizaron por un carácter amateur o, en el mejor de los casos, semiprofesional. De este modo, se generó un círculo vicioso en que el carácter amateur del fútbol femenino perpetuaba el estereotipo de su “peor calidad” con respecto al masculino, alejando así a los patrocinadores y el público, los dos elementos clave para su profesionalización. Estas barreras han obligado a muchas chicas a abandonar el fútbol de forma prematura ante la imposibilidad de ganarse la vida. Refiriéndose a la situación actual en España, Dina Bousselham señala que:
Es verdad que no recibimos insultos, gritos, ni silbidos por parte de hombres a los que no les gusta ver a mujeres dándole al balón. Pero aquí la discriminación es sistémica. Y va desde: los horarios de entrenamiento de los equipos femeninos -que casualmente suelen ser peores que los masculinos- pasando por el nivel de movilización de la gente que va a ver los partidos, el reducido o a veces inexistente equipo técnico y médico, hasta las dificultades de poder compaginar trabajo, vida familiar y fútbol[13].
Otro elemento que ha dificultado el progreso ha sido la objetivación de las jugadoras, derivada de una idea de fondo que condicionaba el éxito del fútbol femenino a su transformación en un producto de consumo masculino, más que en un deporte practicado por y para mujeres. Si en la época victoriana el problema era la exhibición del cuerpo femenino, durante la segunda mitad del siglo XX esa exhibición se transformó en un medio para explotar comercialmente la sexualidad de las mujeres. Un ejemplo paradigmático (y especialmente sangrante) es la película española Las Ibéricas F.C. (1971), que narra las aventuras de un equipo femenino caracterizado por su atractivo físico, y que se basa en la utilización de los peores clichés y estereotipos. Casi tres décadas después, la primera portada dedicada al fútbol femenino en EEUU mostraba a Brandi Chastain celebrando el gol que dio el triunfo en la final a su selección…sin camiseta y en sujetador. Todavía en 2004, el presidente de la FIFA Joseph Blatter se permitía señalar que para aumentar el interés hacia el fútbol femenino se podía hacer “que las mujeres jueguen con una equipación diferente y más femenina que los hombres (…) por ejemplo, en pantaloncitos más ajustados, como en voleibol”.
Desde esta perspectiva, es innegable que el auge reciente del fútbol femenino está ligado al profundo impacto de las luchas feministas, que no solo han aumentado su visibilidad, sino que también han generado una mayor conciencia y rechazo de las conductas machistas. En la actualidad, el fútbol femenino goza sin lugar a dudas de buena salud y de un creciente impacto social, mediático y deportivo. Para dar algunos ejemplos, en marzo de 2018 el derbi entre el Atlético y el Madrid CF atrajo 22.000 personas al Wanda Metropolitano, superando en asistencia a seis partidos de primera división masculina de esa jornada. Poco después, al otro lado del mundo la Copa América femenina celebrada en Chile generaba una respuesta muy positiva de público y de audiencias, y la selección chilena fue invitada al palacio de la Moneda por el presidente de la República tras clasificar al mundial de 2019.
A pesar de los signos positivos todavía queda un largo camino por recorrer. Se podría decir que el fútbol es sólo un juego, pero, evidentemente, es mucho más que eso. Es un fenómeno político, social y cultural de masas que ha ejercido una enorme influencia a nivel global. Un espacio tradicionalmente reservado al mundo masculino, que se ha resistido durante décadas al acceso de las mujeres. Avanzar hacia una igualdad efectiva o incluso a superar las barreras que separan el deporte por géneros, representan hitos importantes para una transformación cultural profunda. El objetivo del presente artículo es aportar un granito de arena desde la historia, mostrando que la distancia entre fútbol masculino y femenino no es algo natural ni fruto de un reciente “despertar” futbolístico femenino. Es una distancia completamente artificial y perseguida como objetivo durante décadas por parte de los hombres. Esto ha significado que el fútbol femenino diera sus primeros pasos más de un siglo después que el masculino. Una brecha imposible de colmar de la noche a la mañana, pero que obliga a fijar ciertos objetivos: reparar el daño causado y, sobre todo, liberar al fútbol femenino de todas las barreras con las que aún se encuentra. Sólo entonces el fútbol dejará de ser “cosa de hombres”, para transformarse de verdad en el deporte del pueblo. De todo el pueblo, incluyendo de forma igualitaria a todas y todos, sin distinciones ni jerarquías de género.
Notas
[1] Para dar una idea, la final de la copa de la FA de 1901 entre Tottenham Hotspur y Sheffield United se jugó ante 110.802 espectadores.
[2] Cit. en James Lee, The Lady Footballers: Struggling to Play in Victorian Britain, The International Journal of the History of Sport, 24-11 (2007), p. 1399.
[3] Cit. en Tim Tate, Girls With Balls: The Secret History of Women’s Football, Londres: John Blake, 2013, p. 66.
[4] Cit. en James Lee, The Lady Footballers…, op. cit., p. 1371.
[5] Honeyball afirmó en una entrevista que el equipo estaba compuesto exclusivamente de mujeres de clase media, y esa era la imagen que intentó proyectar. Sin embargo, es más que probable que la participación de mujeres de clase obrera fuera importante, como demuestra el caso de Emma Clarke, mujer negra que jugó regularmente en los partidos del BLFC, en un momento en que los futbolistas negros eran casi tan insólitos como las mujeres. Al respecto, ver: https://www.theguardian.com/football/2017/mar/28/britains-first-black-female-footballer-emma-clarke-1890s-play
[6] James Lee, The Lady Footballers…, op. cit., pp. 1479-1490.
[7] Cit. en Laurence Prudhomme, “Mixité et non-mixité : l’exemple du football féminin”, Clio. Histoire‚ femmes et sociétés, 18 (2003), DOI: 10.4000/clio.619
[8] Cit. en Fábio Franzini: “Futebol é ‘coisa para macho’?: Pequeno esboço para uma história das mulheres no país do futebol”, Revista Brasileira de História, 25:50 (2005), p. 320.
[9] Fábio Franzini: “Futebol é ‘coisa para macho’?…”, op. cit., p. 321.
[10] En cualquier caso, la FA no acogió definitivamente en su seno al fútbol femenino hasta 1993, prácticamente obligada por la FIFA. Por otra parte, tan sólo en 2008 la FA pidió disculpas pública por su actitud en 1921.
[11] Cit. en David Menayo, “El origen clandestino de la selección”, (23/04/2013), http://www.marca.com/reportajes/2013/04/serial_futbol_femenino/2013/04/23/seccion_01/1366710025.html
[12] David Goldblatt, The Ball is Round: A Global History of Football, Londres: Penguin Books, 2006.
[13] Dina Bousselham: “Las barreras en el fútbol femenino” (25/01/2018), https://www.elsaltodiario.com/dispara-magazine/las-barreras-en-el-futbol-femenino
Artículo escrito por Juan Cristóbal Marinello originalmente publicado en el portal Ser Histórico protegido por una licencia CC BY-NC 4.0
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