La Guerra Fría es, probablemente, uno de los acontecimientos recientes más complejos e influyentes a todos los niveles. En artículos previos vimos cómo afectó al nacionalismo estadounidense o la carrera espacial. Hoy nos detendremos en otra faceta: los conflictos deportivos, no sólo entre Estados Unidos y la Unión Soviética, sino también entre los países de la esfera de influencia de ambos, como Alemania, Hungría o Yugoslavia.
Estos son los cinco momentos más destacados de la Guerra Fría en el deporte.
El milagro de Berna
(Mundial de fútbol 1954. Alemania Occidental-Hungría)
Apenas 9 años después del final de la Segunda Guerra Mundial que dejó en ruinas a Europa, Suiza fue elegida por la FIFA como sede para el mundial de fútbol, debido a que gracias su neutralidad, era el único país europeo con la infraestructura necesaria para albergar un evento de estas características.
La fase de clasificación ya estuvo llena de curiosidades. En el Grupo 1 se verían las caras Alemania Occidental (que podía participar de nuevo un mundial tras prohibírsele disputar el de 1950 en Brasil), la selección del Protectorado del Sarre (Independiente hasta 1956) y Noruega. La selección de Alemania Occidental, a pesar de todo, se clasificó sin problemas para el mundial de 1954. Y no digo a pesar de todo por la situación política, económica o social del país, que también, sino por su situación deportiva. Entre 1945 y 1962 el fútbol alemán era 100% amateur. La enorme mayoría de los jugadores, por no decir todos, no cobraban salarios por jugar y solían compaginar sus partidos con algún trabajo. Además, el caótico sistema de ligas alemán (la Bundesliga no se crearía hasta 1963, trayendo con ella el fútbol profesional), hizo que la clasificación alemana fuera toda una gesta.
El sorteo del mundial encuadró a los alemanes en el Grupo 2, junto con Hungría, Turquía y Corea del Sur. Si las ligas alemanas eran caóticas, las reglas del mundial lo eran aún más. Para no alargarnos, quedémonos con que Alemania se clasificó como segunda de grupo tras ganar dos veces a Turquía y no jugar con Corea del Sur, además de caer por un estrepitoso 8-3 frente a Hungría, que fue primera de grupo.
Los alemanes jugaron en cuartos de final ante Yugoslavia. Tras vencer 2-0, en semifinales derrotaron por un apabullante 6-1 a Austria, alcanzando la final y sorprendiendo a muchos expertos. En el otro lado del cuadro, los “magiares mágicos”, como era conocida la selección húngara liderada por Puskas, derrotaban a Brasil en cuartos por 4-2 y a Uruguay en semifinales por idéntico resultado tras una prórroga.
El 4 de julio de 1954 a las 17:00 horas arrancaba en Berna la final. A un lado, la todopoderosa Hungría, que llevaba 33 partidos consecutivos sin perder. Al otro, la selección de Alemania Occidental, donde todos sus jugadores, como hemos dicho, eran amateurs. Con estas circunstancias, y el precedente de la fase de grupos, se esperaba una final decidida de antemano. Y así parecía ser. En el minuto 8, Hungría ya ganaba por 2-0.
Entonces se desarrolló el milagro. El utillero de Alemania Occidental era un tal Adolf «Adi» Dassler, el fundador de Adidas en persona. Adi Dassler puso en práctica durante ese mundial un nuevo concepto en las botas, los tacos intercambiables, de varios materiales y medidas, mientras Hungría (y el resto de selecciones) competía con botas con tacos fijos de madera. El 4 de julio fue lluvioso, por lo que los alemanes decidieron montar tacos metálicos más largos de lo normal. A medida que el partido avanzaba y la lluvia no cesaba, el campo era cada vez más pesado, mermando la superioridad táctica y técnica húngara, permitiendo a los alemanes empatar el partido antes del descanso. En la segunda mitad, el partido se encalló. Hasta que en el minuto 84, Hans Schäfer roba un balón en banda izquierda y su centro acaba en las botas de Helmut Rahn. El resto es historia.
A pesar de que fue la primera final de un mundial retransmitida por televisión, millones de alemanes lo siguieron por radio (una televisión por entonces era un lujo inalcanzable para la mayoría de alemanes). La voz de Herbert Zimmermann llevó el júbilo a los hogares de Alemania Occidental.
El «milagro de Berna» es considerado por muchos politólogos y sociólogos como el verdadero momento de la fundación de la RFA. En una sociedad que aún vivía entre ruinas a pesar del Plan Marshall, con unos órganos políticos todavía bajo control aliado y con el país dividido por la Guerra Fría, la victoria de la selección de Alemania Occidental en el mundial de 1954 dio un rayo de esperanza a muchas familias y un sentimiento de unidad nacional que ninguna otra medida podía proporcionar. Los ganadores fueron recibidos como héroes, organizándose desfiles en muchas ciudades. Además, supuso un gran revés deportivo para la esfera soviética. En Hungría estaban tan seguros de su victoria, que varias botellas de vino les esperaban en el vestuario y las portadas de varios periódicos ya estaban listas. Ni las botellas fueron descorchadas ni las portadas vieron la luz.
Baño sangriento de Melbourne
(JJOO Melbourne 1956. Waterpolo. Hungría-URSS)
Avanzamos ahora 2 años, hasta 1956. En ese verano (invierno europeo) se celebraron los XVI Juegos Olímpicos en la ciudad australiana de Melbourne entre el 22 de noviembre y el 8 de diciembre.
Pero antes de viajar a Melbourne, volvamos a Hungría. En el país centroeuropeo se estaba desarrollando la Revolución Húngara de 1956. El 23 de octubre, una protesta estudiantil pedía libertad para elegir el sistema político, cuestionando el régimen comunista pro-soviético establecido. La protesta escaló rápidamente. Miles de personas se echaron a las calles y la situación no tuvo marcha atrás. Algunos soldados dispararon a los manifestantes. Algunos manifestantes se hicieron con armas del ejército y la policía política. Había estallado un levantamiento en toda regla.
Durante unos días, el levantamiento pareció tener éxito y el régimen pro-soviético fue derrocado. Pero entonces la Unión Soviética decidió actuar. 31550 soldados y 1130 tanques soviéticos entraron a comienzos de noviembre de 1956 en Hungría, con el fin de defender el comunismo en su país satélite. Aunque la resistencia se alargó hasta el 10 de noviembre, el ejército soviético no tuvo demasiados problemas en hacerse con el control, y el nuevo gobierno húngaro, liderado por János Kádár, reprimió duramente la oposición, deteniendo, ejecutando o forzando al exilio a miles de húngaros.
El equipo húngaro de waterpolo, vigente campeón olímpico, estaba ese mes de octubre concentrado en las afueras de Budapest. Desde allí pudieron ver y oír los tiros y disturbios que se sucedían en la capital. Aunque se negaron en varias ocasiones, los jugadores fueron trasladados por la fuerza a Checoslovaquia, aislándoles del conflicto y prohibiéndoles todo tipo de comunicación con el exterior. A su llegada a Australia, ya con el levantamiento sofocado, los waterpolistas húngaros se toparon con la cruda realidad. Hungría había sido invadida por la Unión Soviética y muchos húngaros, incluidos familiares y amigos, habían resultado muertos o estaban siendo perseguidos.
A pesar de las terribles noticias, el equipo decidió competir en los Juegos Olímpicos con el fin de dar algo de esperanza a los reprimidos y refugiados. Tanto la Unión Soviética como Hungría ganarán sus respectivos grupos y pasarán a la fase final como máximas favoritas. El 6 de diciembre de 1956 a las 15:25 comenzó el Hungría–Unión Soviética en la piscina olímpica de Melbourne. Si Hungría ganaba, dependería de sí misma para ser campeona olímpica. Si la Unión Soviética ganaba, debía esperar una derrota de Yugoslavia para ser campeona. El partido fue caliente antes incluso de comenzar. Los jugadores húngaros, que sabían ruso, se habían encargado de hacer declaraciones explosivas contra los soviéticos. Y los waterpolistas soviéticos respondieron en la piscina con golpes, patadas y puñetazos. Pero los húngaros no se amilanaron.
Cuando el partido agonizaba y el marcador mostraba un claro 4-0 a favor de los húngaros, se desató el caos. Valentin Prokopov lanzó un puñetazo a Ervin Zádor, causándole un corte que comenzó a sangrar profusamente. Los jugadores de ambos equipos se enzarzaron. La grada, repleta de húngaros refugiados, comenzó a saltar a la zona de banquillos. Mientras Zádor se marchaba al vestuario para curar su herida, la policía entró en la piscina, dispersando a la multitud. Los árbitros, ante esta situación, decidieron suspender el partido. El suceso se hizo mundialmente famoso y algunos periodistas escribieron, probablemente exagerando, que el agua de la piscina se volvió roja por la sangre de Zádor.
El Comité Olímpico otorgó la victoria a Hungría que, tras derrotar por 2-1 a Yugoslavia al día siguiente (partido que Zádor se perdió por razones obvias), se proclamó campeona olímpica. Sin embargo, los waterpolistas húngaros nunca regresaron a su país. Una vez finalizada la competición solicitaron asilo en Occidente, ya que no deseaban volver a un país comunista. Su victoria, olvidada por el gobierno de Kádár, se convirtió en símbolo de la resistencia húngara.
Fuente:Archivos de la Historia. Creative Commons