Alcanzaron la gloria al proclamarse campeones paralímpicos en los Juegos de Río. Kim López, Gerard Descarrega y Elena Congost fueron noticia el día que se colgaron la medalla de oro, pero detrás de sus respectivos éxitos hay tres vidas de superación de retos y de motivación para llegar a lo más alto. Son tres deportistas de élite con discapacidad visual que no conocen el significado de las palabras obstáculo o dificultad. Tienen mucho que decir, tanto sobre el deporte como sobre la vida. Dos hombres y una mujer... que cuentan.
KIM, SU PESO EN ORO
«Mi madre es negra, nació en París pero su familia proviene de Mali. Lo pasó muy mal, le metieron mucha caña cuando yo era pequeño». Kim López nació en Valencia, pero al poco tiempo la familia se trasladó a Silla. Cuando se separó, su madre se hizo cargo de los niños: «Trabajaba de sol a sol, limpiando casas, en lo que fuera. Y los fines de semana, de go-gó en un bar de copas. Viendo lo que mi madre ha hecho para sacarnos adelante, yo no puedo ser menos».
Mediano de tres hermanos varones, la infancia definió su vida. En primer lugar, su mismo nombre: «No es un diminutivo ni un apodo. Me pusieron Kim porque mi madre tenía una amiga coreana que llevaba ese nombre, se llamaba así. Aquella mujer se suicidó, y en su memoria me pusieron el nombre, que es unisex». Además, Kim nació con una miopía magna, una dolencia hereditaria que padecen su abuela y sus tías maternas. Además de la deficiencia visual congénita, se enfrentó de pequeño a problemas de atención y de expresión. Siempre estaba en la calle, era incapaz de estar encerrado, necesitaba actividad. Repitió un curso de primaria, y su madre decidió internarle en un colegio en Alicante: «Tomó la decisión con todo el dolor de su corazón, porque sabía que necesitaba ayuda. Al principio yo creía que no me quería, pero ella lloraba todos los días, porque no estaba en casa. Más duro que para ella no fue para nadie. Pero gracias a aquel internado, el Colegio Espíritu Santo, soy en parte quien soy. Si no hubiera ido al internado, no sé que habría sido de mí».
Cuando el centro cerró, Kim regresó para seguir estudios de bachillerato en el instituto de Silla. Allí se volvió a 'torcer'. «Me saltaba las clases, estaba todo el día en la calle. Creces en un ambiente de delincuencia, la gente hace sus cositas para llevar dinero a casa. Mucha gente se echa a la mala vida, yo peleé por tener una buena vida. Me di cuenta de que no podía seguir así. No quería ser un chico de barrio que trabaja ocho horas en una obra, se va al bar con los amigos, y así todos los días, así que decidimos entonces que tenía que irme a Madrid a terminar la ESO. Además ya empezaba con el deporte. Al poco entré en la Blume y decidí que no volvería a Valencia».
De aquella época de 'bala perdida' le queda un tatuaje en el índice de su mano derecha: una bala con la H de 'hermanos' en el centro. «Representa a mi gente; cada uno se desperdigaba, pero tenemos claro que si en algún momento nos necesitamos, ahí vamos a estar». Lleva el cuerpo tatuado, no porque esté de moda, sino porque tiene muy presente todo lo que le ha pasado: «Un tatuaje no es la persona, es una manera de exteriorizar parte de lo que eres, pero no se te puede juzgar. Cada tatuaje representa una historia, un momento. Si no tiene significado, no te lo hagas». Recorrer su piel es encontrar un tiburón -el primero que se hizo-, una carpa estilo manga japonés, unas rosas, una geisha, un dragón que lucha contra un diablo... y dos muy especiales: «Una luna que representa a mi madre y dos pistolas, que representan a mis dos hermanos, Rubén y Kevin, mis armas secretas». Trabajó de mozo de almacén en una empresas de disolventes, de portero de discoteca. Aquella etapa le enseñó muchas cosas. “Me he dedicado al deporte, me he dedicado a lo que me gusta, no concibo estar ocho horas en una fábrica y ganar 800 euros. No me veo, pero si me hiciera falta lo haría, no se me caerían los anillos, no me gusta depender de nadie”. Era un mal estudiante con limitaciones visuales que, además, coqueteaba con el lado oscuro de la adolescencia.
Un 'chico de la calle' que llegó a conducir un coche, aunque sabe que ni debía ni podía hacerlo. El deporte se perfilaba como la única salida. Siempre se le dio bien. Empezó practicando natación, incluso ganó algunos campeonatos. Descubrió el atletismo de casualidad, porque un amigo le retó a una carrera en la piscina. Kim fue más rápido que él, y también fue mejor lanzando disco, el deporte que practicaba su amigo, cuyo entrenador le propuso que se quedara con ellos. Aun así, se planteó dejar el deporte. “No tenía becas ni ayudas y no era plan de estar pidiendo dinero a mi madre para seguir haciendo lo que me gusta. No competía por dinero, pero necesitaba dinero para vivir, no se vive del aire. No quería ser un parásito de la sociedad. Antes dejar el deporte que pedir dinero en casa”.
El Comité Paralímpico Español salió al rescate con una beca de 400 euros y una habitación en la Residencia de La Petxina, frente a las instalaciones deportivas donde empezó a motivarse de verdad. La ayuda de Iván Colmenarejo, director deportivo del Proyecto FER de la Generalitat Valenciana, le impulsó definitivamente.
En 2012 se quedó fuera de los Juegos de Londres por la decisión de un técnico, que coincidió con un cambio de normativa. Pero no se dio por vencido, dejó el disco y se cambió al lanzamiento de peso. Tuvo que adaptarse a una técnica totalmente distinta. Poco a poco fue mejorando la forma de lanzar, la posición del cuerpo. Los resultados llegaron. Con veintisiete años, llegó a Brasil con cartel de favorito al podio, tras haberse colgado dos oros en el Campeonato de Europa -disco y peso-, y una plata y un bronce, respectivamente, en el Mundial de Doha de 2015.
El final de su camino fueron los Juegos de Río. Compitió en la categoría F-12/T12 y B2 (el atleta puede reconocer la forma de una mano y tiene capacidad para percibir claramente hasta un máximo de *2/60 -una persona puede ver a dos metros lo que normalmente se puede ver a 60 metros-; su campo visual es menor de cinco grados). No estuvo en la ceremonia de inauguración de los Paralímpicos porque competía al día siguiente, aunque casi se queda sin hacerlo: «Estuve a punto de no competir, quería llegar con tiempo pero el conductor se perdió, entré directo a la cámara de llamadas, sin calentar, estaba tan nervioso que no me puse ni la muñequera. El primer lanzamiento no fue muy bueno. El segundo fue el del oro. Cuando vi salir la bola de la mano, dije: Esa bola va a casa Dios».
(Foto: Comité Paralímpico Español)
(Foto: Comité Paralímpico Español)
Fue el primer oro de España en los Paralímpicos: «Cuando estás en el podio solo piensas en la gente que te ha acompañado hasta allí, no piensas en otra cosa. No lloré porque soy frío. Cuando bajas sientes mucho alivio, porque ese título paralímpico te permitirá vivir un año de manera desahogada. En el deporte de élite se vive así, de año en año, de competición en competición. Si fallas un año, al siguiente no tienes nada»..
(Foto: Comité Paralímpico Español)
Ser discapacitado no significa que no puedas hacer ciertas cosas, simplemente las haces de distinta manera. Aprendes a hacerlo fácil para ti
Está muy acostumbrado a que le pregunten cómo ve la vida: «La veo normal, siempre he vivido con la miopía magna, no puedo compararla con nada. Pero ser discapacitado no significa que no puedas hacer ciertas cosas, simplemente las haces de distinta manera. Tengo móvil, voy al cine, monto en bicicleta... Aprendes a hacerlo fácil para ti».
Dice no ser supersticioso, pero no se quita del cuello un colgante que lleva una chapa de metal: “Cuando me la he quitado, me ha traído mala suerte, así que ahora la llevo permanentemente”. Entre sus deportistas favoritos están Frank Casañas y Carolina Marín. Le gusta el breakdance y salir por las noches. No participa activamente en redes sociales: «Fui trending topic con la medalla, pero no sabía ni qué era eso. Yo tengo amigos, no tengo seguidores”. Es esa reivindicación constante de la amistad lo que le identifica. “Soy muy de los míos. Lo que va y viene es el dinero, lo que se quedan son los amigos».
(Mira el cuestionario 'This or that' de Kim)
Sobre las cuestiones económicas, tiene las ideas claras: «Lo nuestro está mal valorado, solo cuenta el día D a la hora H. Si no lo haces perfecto ese día, te comes los mocos. Sería bueno que las ayudas llegasen según las marcas de cada año. No se puede pretender que el atleta viva un año entero del rendimiento de una hora. No digo que se igualen los premios respecto a los deportistas olímpicos, pero al menos que se aproximen un poco. Entrenamos igual, damos lo mejor de nosotros igual que ellos”. Echa de menos que algún patrocinador se interese por él: «A mí no me ha llamado ni El Tato, y me sorprende, porque soy campeón paralímpico. Es necesario que las firmas nos apoyen. No parece demasiado justo. Es muy difícil que un deportista sin respaldo económico vaya a los Juegos».
En el último año ha perdido visión, ha aumentado una dioptría. Solo acude a la óptica para que le gradúen las lentillas. «Sé que mi dolencia es degenerativa, intento no pensar en ello, pero vas preparándote psicológicamente, porque nunca se está suficientemente preparado. Si algún día dejo de ver, aprenderé a vivir así. Al día siguiente aprendería braille, saldría a la calle, no me quedaría en casa, cuanto antes lo afrontes, mejor».
Ni me crezco ni me rebajo, ni me creo más que los demás por haber ganado un oro olímpico ni soy menos por ser discapacitado
Resume su filosofía en un pensamiento: «Estoy más cerca de los pobres que de los ricos, es de donde vengo, he conocido desde siempre qué significa vivir de manera humilde, pelear por la vida. Uno aprende a vivir con lo que tiene, pero está claro que no quieres volver a estar donde has estado. Lo que me vaya a pasar es de risa, comparado con lo que sufrió mi madre. Si vienen los problemas, ya se resolverán. Ni me crezco ni me rebajo, ni me creo más que los demás por haber ganado un oro olímpico, ni soy menos por ser discapacitado».
Con el premio económico de Rio y con el Proyecto FER puede vivir una temporada dedicándose a mejorar su preparación: «No he sido el tipo de deportista que se cuida a rajatabla. No me he cuidado mucho, pero ahora he empezado de verdad a hacerlo. Intento comer cosas sanas, cada vez peco menos, ya sabes, hamburguesas y esas cosas. A la hora de competir estaré todavía mejor» .
Ahí entran los objetivos para los próximos meses: «Batir el récord del mundo en los Europeos de Londres, está claro. Tengo que mejorar algunos detalles técnicos, pero si llego a estar al 100%, lo veo asequible. Estoy solo a veinte centímetros. Hice 16,44 en Río y el récord es 16,64. Además, quiero montar un pequeño negocio, quiero abrir un estudio de tatuajes para echar una mano a mi amigo, que es como mi hermano».
También piensa en otros aspectos del futuro: «Quiero empezar en el mundo de la empresa, montando una casa de tatuajes con un amigo, David, el que me ha hecho la mayoría de los que llevo. Hay que tener algo para el día de mañana, algo propio, hacerlo con ilusión. No me veo trabajando ocho horas en una empresa, la verdad. Tampoco me veo muy asentado como para tener pareja. Soy un pajarillo libre».
Aún tiene pendiente un tatuaje para recordar el oro olímpico: «Pero no los típicos aros, sino algo más elaborado, quizá el Cristo del Corcovado».
GERARD, 400x100 FELIZ
«Tengo tan asumido que soy ciego que, para mí, es un término normal. Es como ser alto, bajo, rubio... Soy ciego, invidente, discapacitado, como quieras llamarlo, yo prefiero llamarlo ciego, me resulta más familiar, más normal. Es un problema, pero es una característica de mí, lo primero que la gente ve, así que ciego es una palabra buena para describirme». Así se expresa Gerard Descarrega, veintidós años, natural de Reus, campeón paralímpico de los 400 metros en Rio’16.
Lleva cinco años viviendo en la Residencia Blume de Madrid, a cuyas pistas ha regresado después de un mes y medio viajando por Nueva Zelanda. «Con el atletismo es muy complicado encontrar tiempo libre, después de los Juegos me podía permitir un mes y medio de desconectar cien por cien. Elegí Nueva Zelanda porque es un país muy seguro para hacer lo que quería hacer, teniendo en cuenta mi discapacidad, era el mejor país porque me encanta la naturaleza. Fui solo, viajé por el interior haciendo autoestop, conociendo gente, haciendo excursiones, no veía los paisajes pero la gente me los describía, o yo mismo los sentía. Nunca me dio miedo este tipo de cosas y quería demostrarme a mí mismo que ser ciego no era un impedimento para hacer algo así, no lo ha sido, de hecho, no he tenido ningún problema. Siempre hay sitio donde dormir, backpackers, hostales con literas, todo ha salido perfecto. Lo que me ha gustado ha sido la gente, conocer gente con mente abierta, que se coge la mochila, se apaña como puede y es feliz, al margen de las vidas pautadas, es muy diferente al 99% de la gente que conozco aquí en España».
Tengo tan asumido que soy ciego que, para mí, es un término normal
Con cuatro años le detectaron retinosis pigmentaria: «Es una enfermedad degenerativa de las células de la retina, que poco a poco van muriéndose. El campo de visión va reduciéndose hasta cerrarse, dejas de distinguir luces y sombras hasta que las luces se apagan del todo». En la adolescencia, el proceso se aceleró. Fue entonces cuando empezó a practicar atletismo en unas jornadas que organizaba la ONCE. En 2011, tres años después participaba en su primer Mundial paralímpico en Nueva Zelanda, donde logró un bronce en los 400 metros.
Cuando alcanzó la mayoría de edad tuvo una época difícil: «No aceptaba que ya no veía. Me defendía como podía, pero era un desastre, hasta que lo asumí, me di cuenta de que el reto era adaptarme a mi nueva vida. No distingo ni formas ni colores. Veo un poco de luz a veces, si hay mucho contraste, pero no se puede llamar ver a eso, porque antes yo veía, antes podía ver más. Sé lo que es ver y lo que tengo ahora no es ver». Mucha gente piensa que una persona ciega desarrolla más el resto de sentidos, pero Gerard aclara: «Se presta más atención al oído porque es lo que tienes que usar para defenderte, el tacto también, te fijas más, básicamente. Pero no se desarrollan más, yo oigo igual que antes».
En 2013 conoció a Marcos Blanquiño, deportista con experiencia previa de atleta de medio fondo y cross. Empezaron a entrenar juntos en la categoría T11/F11 B1 (un atleta de esta clase no tiene percepción de la luz en ninguno de los dos ojos, o algo de percepción pero incapacidad para reconocer la forma de una mano a cualquier distancia o en cualquier dirección). En 2014, Gerard logró el bronce en el relevo 4x100 en los Europeos de Swansea. En 2015 fue subcampeón del mundo en los 400 metros y bronce en el relevo 4x100. «Desde que corremos juntos tengo menos presión, solo me preocupo de correr, antes iba tenso, pendiente de no salirme de la línea. Ahora disfruto más».
Aunque ha corrido el 800 y, como velocista que es, el 100 y el 200, su distancia es el 400: «En cualquier campeonato, lo más representativo es si coges medalla, si quedas campeón, pero lo habíamos hablado y estábamos contentos con todo lo que habíamos experimentado antes de Rio», explica Marcos; «la capacidad en resultados de entrenamiento, donde un deportista toma mediada de lo que está haciendo. Estábamos superándonos, rompiendo moldes, íbamos bien». Compartieron muchos días de entrenamiento, la disciplina, el sacrificio, la vida de renuncias que significa la alta competición.
El objetivo de Rio era el oro en los 400 (renunciaron al 200 para centrarse en su prueba). Su confianza se materializó el 17 de septiembre en el estadio de Engenhao. La medalla de oro fue cosa de dos, atleta y guía, pero en la pista fueron uno: «Hicimos una competición intachable, semifinal y final. Es raro, ese día paras tu vida, a fin de dedicarte a un solo minuto, haces tus rutinas pero parece que el tiempo se dilata o se acorta. Recuerdo que estábamos positivos, contentos, con la confianza de tener cerca los objetivos que nos habíamos planteado», evoca Marcos.
(Foto: Comité Paralímpico Español)
Al alimón narran los últimos metros: «Apenas hablas, vas corriendo a toda pastilla, a diez metros de la meta Marcos me dijo que lo celebrara, que íbamos a ser campeones. Gerard ni me escuchó. Normalmente le digo diez para que sepa lo que nos queda, le digo que se prepare para echarse adelante, ni me escuchó. Marcos estaba eufórico, celebrándolo, yo estaba feliz pero no podía ni levantarme del suelo, no era capaz de expresarlo físicamente. El momento de entrar en meta es emocionante, te dejas llevar por cómo eres. Gerard no sabía que había ganado hasta que entramos, se lo dije pero ni me escuchó con tanto ruido, tanta gente».
(Foto: Comité Paralímpico Español)
No era solo el oro. Nos hacia mucha ilusión que Gerard hiciera la marca personal de cuando él veía y corría solo. Era el leit-motiv, una de las cosas primordiales que le movía a ese espíritu de superación. Corrimos más rápido. Hizo además récord de Europa, ganamos a nuestros rivales -que nos habían ganado en Qatar-, logramos el oro delante de su familia... Todo eso da mucha paz, tranquilidad, alegría, porque muchas veces las reglas del juego de la vida hacen que hagas todo bien, pero no consigas tu objetivo. Esta vez salió bien», relata Marcos.
(Foto: Comité Paralímpico Español)
(Foto: Comité Paralímpico Español)
Después de los Juegos y del viaje a las antípodas, Gerard ha retomado su vida cotidiana en el CAR. Por las mañanas estudia psicología a distancia con la UCAM: «Estoy entre segundo y tercero de carrera. A veces voy a Murcia pero habitualmente hago los exámenes via skype. Me gustaría especializarme en psicología deportiva. Creo que la mente es muy importante, conozco a gente que es muy buena pero luego no compite bien, no le sale bien, no puede demostrar todo su potencial, y me gustaría ayudarles. Tengo además un curso de quiromasajista. Me gustan las técnicas un poco alternativas».
Se maneja bien en el espacio. Usa habitualmente bastón... hasta que se encuentra con Marcos. A partir de ese momento, el punto de apoyo es el hombro de la persona con la que conquistó el oro en Rio. «Le veo muy centrado, disfrutando de la vida, de todo lo que hace, destaco la pasión que pone en todo lo que hace, lo que se esfuerza, las ganas que pone en aprender, en mejorar, las ganas de abrirse al mundo, de vivir la vida como la ha de vivir un chaval de veintidós años, es un chico de mente y de espíritu muy abiertos», dice Marcos.
Por las tardes, los Gerrys -así son conocidos en la Blume- entrenan juntos en la misma pista exterior del CAR -tres horas diarias, aunque depende de la época del año- donde prepararon los Juegos Paralímpicos. «Tenemos una relación profesional pero no sabemos hasta cuándo durará. Nunca se sabe, tenemos el Mundial de Londres en 2017, iremos viendo», explica Gerard. Marcos completa: «Es complicado meterte en un proyecto de cuatro años cuando vienes de otro proyecto gordo, hay que respirar un poquito y disfrutar. Pero ganas de seguir tenemos, los dos».
Gerard se siente muy tarraconense. Su madre reside en La Selva del Camp, donde se crió, su hermana en Reus y su padre en Tarragona capital: «Están muy orgullosos de que haga lo que me gusta, de que disfrute haciéndolo, nunca me han puesto presión de hacer una cosa u otra, empecé corriendo como actividad extraescolar, me fui aficionando, nunca me presionaron para ser el mejor, y eso ayuda. Voy a Tarragona cada vez que puedo, es mi casa, allí veo a amigos del colegio, del bachillerato, del atletismo».
Le gustan los deportes de aventura, el surf, las excursiones por la montaña: «Con unos amigos de la Blume vamos a dormir muchos fines de semana a la montaña. Me gusta la naturaleza, respirar aire fresco, desconectar de tanto coche y tanto bullicio me viene bien». La naturaleza ocupa todo su tiempo libre, por delante de los libros o el cine: «Al no poder ver las imágenes pierdes mucha percepción de las películas, mucho contenido, tenemos audiodescripción pero no es lo mismo, He perdido un poco de afición últimamente, y libros me leo los justos, algún audiolibro me descargo, pero el poco tiempo libre que tengo lo dedico a la montaña o hacer otras cosas para distraerme”.
Entre esas cosas está el póquer: “No sé braille, tengo el sistema voiceover mediante el cual se puede leer todo sin problema, pero aprendí algo de braille para jugar al póquer con mis amigos, que no son ciegos, usamos unas cartas normales en las que figura el número en braille. Nada, las típicas timbas, una manera como otra cualquiera de pasar un par de horas entretenido y echando unas risas».
Creo que lo más importante es la formación. Quiero ser psicólogo deportivo
Las ayudas y becas oficiales -y el premio en metálico por la medalla de oro- le permiten vivir sin preocupaciones económicas durante los próximos meses. Al contrario que otros atletas de élite, Gerard no considera necesarios los patrocinios privados o de firmas comerciales: «Como te he dicho, es mucho más importante la formación. Hay quienes piensan que lo importante es tener patrocinadores, ganar dinero con el deporte, vivir del deporte. Yo creo que lo más importante, pensando en el futuro, es la formación».
Se confiesa una persona 'cien por cien feliz', que ha sabido sacar el lado positivo de su ceguera. «Si no hubiese perdido la vista no habría hecho atletismo. Me siento afortunado de tener lo que tengo, no quiero que cambie nada de mi vida actual». Y se despide con esta frase: «Aprovecha lo que tienes en cada momento, nunca sabes lo que te va a faltar; cuando te falte, trata de centrarte en el resto de cosas que tiene la vida, que son muchas».
ELENA, CORREDORA DE FONDO
La medalla de oro en maratón en Rio'16 ha sido el mayor éxito de esta barcelonesa de veintinueve años que siempre quiso ser deportista. Siempre quiso llegar donde llegaban los mejores. El atletismo fue el mejor recurso para sentirse bien en algo en lo que destacaba, y una manera de hacerse respetar por sus compañeros. La atrofia del nervio óptico que padece no fue un inconveniente: «Los obstáculos existen, pero depende de cómo te enfrentes. Si te quedas en el 'no puedo', estás creándote límites. La discapacidad es una compañera de viaje, te hace ver las cosas de otra manera, te añade valores, distintos a los de otras personas, que llevas por bandera».
Yo no soy una persona con discapacidad que hace deporte, soy una deportista de élite que tiene una discapacidad
Empezó a correr en el colegio y logró que sus padres la apuntaran en un club. Su padre corría por fuera y le daba indicaciones, para que no se perdiera. De la mano de la ONCE empezó a competir. Con catorce años, su primer campeonato. Después vinieron otros, naciones e internacionales. Soñaba con hacer algo grande y empezó a prepararse en serio.
En Atenas'04, a punto de cumplir los diecisiete años, participó como velocista. En el ciclo paralímpico siguiente saltó al medio fondo, fue séptima en los 800 metros y sexta en el 1.500 en Pekín'08. En aquellos años vivió en el CAR de Sant Cugat, donde coincidió con Mireia Belmonte, una deportista a la que admira. En Londres fue medalla de plata en el 1.500: «Decían de mí que era una gran promesa, en Londres llegaba la oportunidad. Los Paralímpicos de Londres fueron mágicos, recuerdo que tenía muchos nervios; cuando vi que quedaba segunda, pensé que de verdad todo el esfuerzo previo había merecido la pena».
Cuando regresó a España, pensó que la medalla le abriría puertas, pero no solo no llegaron los patrocinadores sino que, incluso, se quedó sin club. Tuvo que pagarse la licencia y competir por su cuenta. Fichó entonces por el Manresa, cambió de entrenador y batió los récords del mundo de 3.000 y 5.000 metros: «Con Roger Esteve empecé a ampliar la distancia, del 1.500 pasé al 10.000, luego a la ruta, me gustaba, mi cuerpo se adaptaba, dije: ¿Por qué no? Decidí salir de mi zona de confort y asumir un nuevo reto, hacer algo diferente. En la maratón pones el cuerpo al límite, donde te acercas a las barreras físicas. Pensaba que la gente que hacia maratón estaba loca, ni me lo planteaba. Pero cuando haces maratón te conviertes en una persona distinta, cambia todo física y mentalmente, valoras otras cosas, te conoces a ti misma mucho mejor, en tres horas de máxima concentración conoces las reacciones de tu cuerpo, aprender a controlar la cabeza, sacas lo malo y lo bueno».
La preparación fue 'exprés', en menos de dos años. «En el verano de 2014 decidimos que iríamos al Mundial de abril del año siguiente, en Londres. Allí me proclamé subcampeona del mundo e hice la mínima para los Juegos. La siguiente decisión era preparar la de Munich en octubre. Y a partir de enero, preparación íntegra para Rio. Fueron muchas horas de entrenamiento físico y mental, muchos días en los que dejas de tener vida familiar y social, no vas a fiestas, no tienes vacaciones. De correr 70-80 kilómetros semanales pasé a 130-140».
Adscrita a la categoría T12/F12 y B2 como Kim López, corrió la maratón en solitario: «Roger no se adaptó al clima de Rio de Janeiro. En los días previos había bajado peso, tenía taquicardias, no se recuperaba bien. Si salía, corríamos el riesgo de no llegar a meta, si falla uno descalifican al otro, no queríamos tirar cuatro años a la basura; la decisión fue difícil, pero finalmente acordamos que Roger no tomaría la salida». Esa decisión traía consigo algunas dificultades añadidas: «Normalmente Roger lleva el reloj, me va diciendo el ritmo exacto, yo no llevo reloj porque no lo veo. Como teníamos bien estudiado el circuito, que eran siete kilómetros y medio cerrados, decidimos que Roger y varios familiares se colocarían en puntos estratégicos para informarme del desarrollo de la prueba».
(Foto: Comité Paralímpico Español)
«Voy a decirte cuál fue el secreto de la medalla de oro. Llegaba en el mejor estado de forma de mi vida, eso es importante porque a veces llegas corta y otras pasada de vueltas. Sabía que podía hacerlo bien. Teníamos bien preparado el tema del avituallamiento, que es complicado si vas sola, así que ideamos una forma para recibir el bote con las dos manos. Pero la clave fue mi fisiología. Apenas sudo, no pierdo sales minerales, de hecho, me llaman 'cactus'. Aquel día había calor y humedad, la gente no se adaptó, no pudo resistir las condiciones, que eran duras pero a mí me beneficiaron. Fui tranquila y concentrada, el resto desapareció enseguida, apenas tuve rival, las saqué mucho tiempo en meta. Además, mejoré mi marca personal. Fue el día perfecto».
Fue la última medalla de oro del equipo paralímpico español, que logró 31 (9 oros, 14 platas y 8 bronces). «Los Juegos son una experiencia única. Conoces personas, tienes vivencias... Inolvidables».
(Foto: Comité Paralímpico Español)
(Foto: Comité Paralímpico Español)
Junto a la vitrina donde guarda los recuerdos, trofeos y medallas, se queja de la falta de patrocinio para el deporte de élite paralímpico: «En vez de beneficiarse del valor que tenemos, por ejemplo, en mi caso, ser medallista de oro, la mejor maratoniana del mundo, hay firmas comerciales te dicen que, por ser discapacitado, te apartas de la imagen que pretenden dar. Quieren la imagen perfecta del deportista perfecto, y hemos visto casos de chicas muy guapas equipadas de arriba abajo que han hecho el anuncio o la campaña publicitaria en vez de nosotros, los deportistas de élite. O gente que en las redes sociales da consejos sin tener ni idea. Yo he llegado a decir: ¿Qué se necesita, qué tengo que hacer para que me ayudéis?».
Muchas firmas comerciales te dicen que, por ser discapacitado, te apartas de la imagen que pretenden dar. Quieren la imagen perfecta del deportista perfecto
Se despierta muy temprano cada día. Pasa la mayor parte del día con sus perros Lenin, un bretón, y Rio, un golden retriever recién llegado a su casa en Gurb, a las afueras de Vic. El quinto habitante es el gato Brooke, que va más a su aire. Para ir a entrenar, camina por un sendero entre cultivos hasta llegar al polígono industrial en cuyas calles rectilíneas preparó la maratón de Rio. Entrena con Roger hasta el mediodía en la pista de Gurb. También hace sesiones en carretera o en montaña. Después de comer realiza una nueva sesión de entrenamiento: «Los triunfos se van viendo en el día a día. Ahí es donde te das cuenta de la verdadera dimensión de lo que estás haciendo».
Después, dedica un rato a estudiar. Hizo Magisterio en Educación Física y se ha matriculado en un curso de posgrado en psiconeurología a distancia. Completa después las tareas domésticas, y sobre las ocho y media cena con su pareja, el exgimnasta Jordi Riera. A las diez ya está durmiendo. Puntualmente tiene que ir a Barcelona, pero la mayor parte de la semana vive en la burbuja del atleta de alta competición, una vida consagrada al deporte que implica prescindir de muchas cosas y quedarse con lo imprescindible. Le merece la pena. Es su estilo de vida.
Batidos, zumos, avena con frutos secos... Es la alimentación cotidiana de Elena, que hace unos años decidió dejar de comer productos provenientes de animales: «Me hice vegana por respeto a los animales y a mi misma. Por salud y para poder rendir al máximo en mi deporte». Con el sistema de audiodescripción ve películas y series: «Es una manera distinta de ver la televisión. Imagino a lo personajes como cuando lees un libro. Me han gustado Breaking Bad, Lost, las típicas americanas».
(Mira el cuestionario 'This or that' de Elena)
Sobre el tratamiento de la discapacidad en los medios, opina que «con frecuencia no ayudan a la integración, a la normalidad. Yo no soy una persona con discapacidad que hace deporte, soy una deportista de élite que tiene una discapacidad. La normalidad debe venir por aquí».
La frase que más le motiva, la que más le hace creer en sí misma, es: «Donde hay un sueño, siempre hay un camino». La dinámica del deportista de élite es enfrentarte a nuevos retos, más aún si es ambicioso y competitivo como Elena: «Cuando lo tienes, cuando has conseguido tu meta, quieres más, buscas más retos y objetivos. No soy nada conformista. Mientras el cuerpo aguante, seguiré, porque es mi vida». Por eso, la campeona paralímpica de maratón ya tiene en mente los Juegos de Tokio. Quiere revalidar el título con el que tocó las estrellas.