Si nos atenemos al origen holandés de su apellido, debería haber competido en Flying Dutchman. Pero en los barcos de esa clase navegan patrón y tripulante, y José María Van der Ploeg, español, catalán y barcelonés de extraño apellido, que evoca apasionantes aventuras en mares remotos, prefirió siempre navegar en solitario.
Siguiendo la tradición marinera de su familia, José María Van der Ploeg (Barcelona, 4 de mayo de 1958), se inició en la vela a los trece años en el Club Náutico en El Prat y en el Real Club Marítimo de Barcelona, entre cuyos socios fundadores estaba su abuelo paterno Jan-Rudolf. Navegaba en Optimist, y con su padre en 420. Ganó varios campeonatos de Cataluña de Optimist y Europa. Su padre, ingeniero de profesión, le ayudó mucho diseñando piezas, recogiendo material, preparando el barco... La primera vez que navegó en Finn fue en Palamós en el invierno de 1976 con un Finn Roga, el ESP 105, con el que, dieciséis años después, conquistará el oro en los Juegos de Barcelona.
(Fotos: Web de José María van der Ploeg)
Fue campeón de España de Finn (1977, 1982 y 1983) y de Laser (1984, 1985 y 1986). Aunque era buen competidor, en esos años no logró un título internacional: «Finn siempre fue para mí una clase admirada y excepcional tanto por la cantidad y la calidad de los regatistas, por ejemplo en las Finn Gold Cup; recuerdo que era un honor navegar junto a finistas legendarios; lástima que mi estatura y mi peso no fueran adecuadas para aquel barco tan grande y duro». En Finn, además de la preparación psicológica y técnica, es necesaria la fuerza física, y ahí estaba en inferioridad de condiciones incluso respecto a rivales españoles como Joaquín Blanco o José Luis Doreste, de mayor envergadura. De cara a los Juegos de Moscú, tuvo pocas opciones, y cuatro años después tampoco se clasificó para Los Ángeles: «No orientamos bien mi impulso deportivo, no clasifiqué, y abandoné la selección olímpica. Había dejado los estudios, no trabajaba, y mi mayor ilusión, representar a España en unos Juegos, no podía ser. Pensé que esto no era para mí».
En 1986, cuando José Luis Doreste, compañero y contrincante, tres años mayor, inició su preparación para Seúl, recurrió a Van der Ploeg, quien, en aquel momento, era director técnico de la Federación Catalana de Vela. Tenía buena reputación. Clase que entrenaba, clase que ganaba: «Pensé que podía ayudar a un amigo como Josele en un proyecto en el que yo había fracasado. Lo medité mucho por que no quería dejar mi trabajo pero quería ayudar a Josele en su objetivo. Éramos un equipo ideal. Tenía una confianza ciega en él porque era un regatista excepcional, con un control mental envidiable, y él sabía que yo iba a ayudarle a ser mejor en el agua».
A finales de 1988, tras la conquista por Doreste del oro en Seúl, Van der Ploeg consideró que su trabajo en la Federación no daba para más. Le propusieron seguir, incluso con una buena oferta económica, pero no se sentía feliz: «Tras Seúl, mi autoestima deportiva era excepcional, ya que había conseguido mi sueño de ir a unos Juegos y ganar una medalla de oro como entrenador. Al poco de volver también comprendí que en esos dos años había aprendido muchísimo de Josele, de sus contrincantes y de sus entrenadores. Aprendí de todos los detalles, los buenos y los no tan buenos; había visto cómo se ganaban unos Juegos».
Volvió a navegar en Finn y ganó la Christmas Race. A la vez, patroneaba barcos de clase crucero. En 1990 aceptó ser de nuevo seleccionador nacional, pero renunció unos meses después. Fue entonces, a menos de dos años de los Juegos de Barcelona, cuando un grupo de amigos le animó a que se preparase en serio: «Consulté con Josele; en parte logré el oro gracias a él, porque sacó del fondo de mí la rabia interior que llevaba. Recuperé el Roga, que estaba abandonado en un club, lo restauré y vi que navegaba mejor que antes. La Federación Española quería que continuara como entrenador de Finn para Barcelona, pero ya estaba cansado. En aquellos momentos navegaban finistas muy buenos y tenía la suerte de poder navegar con ellos y mejorar».
El hombre clave en la segunda aventura de Van der Ploeg como regatista fue Josep Seguer. Licenciado en Educación Física, aunque sin un conocimiento profundo de la vela en aquel momento, planificó un entrenamiento específico para mejorar el rendimiento general de su pupilo: «Josep y yo nos planteamos qué me hacía falta, y vimos que técnicamente estaba al cien por cien, físicamente al cuarenta por cien y psicológicamente al diez por cien». Sus retos principales eran mejorar la condición física y la autoconfianza. Para conseguirlo, desarrollaron un intenso plan de musculación y una dieta adecuada: «A las ocho de la mañana, hacía media hora de ejercicio: luego, hasta la una a trabajar a la Federación, al mediodía entrenaba y hacía media hora de bicicleta, porque subía a comer a casa de mis suegros, montaña arriba; de nuevo a la Federación, y a las siete al gimnasio. Doreste se ocupó de los controles físicos y Manuel Guardiola hizo de sparring, ayudó mucho en el día a día, tanto en el gimnasio como en mis relaciones con los dirigentes federativos. No me afectaba el desprecio de la Federación; mi meta era ser cada día mejor, más rápido, era muy motivante». El plan de redistribución del porcentaje graso y muscular dio su fruto. Tras diecinueve meses de trabajo, pasó de 85 a 93 kilos.
Organizaron entrenamientos en la Costa Brava y Barcelona con Stuart Childerley, patrón muy metódico y muy rápido con viento fuerte, y con dos regatistas jóvenes, Frederic Loof y Philippe Presti. El subcampeonato europeo logrado en Anzio (Italia) y el primer lugar en la Semana Internacional de Vela “Ciutat de Barcelona” le hicieron concebir esperanzas. En el campeonato de España de clases olímpicas, disputado en La Manga, ganó Francisco Villalonga, pero en la Christmas Race de Palamós ganó Van der Ploeg. En enero de 1992, ambos fueron seleccionados para el equipo preolímpico. En primavera, Van der Ploeg consiguió varios primeros puestos en la Copa de España y logró la clasificación. En junio, su sensacional victoria en Kiel le confirmó como favorito para Barcelona.
Había cumplido su objetivo. Daba el perfil físico de regatista de Finn, aunque como consecuencia del esfuerzo de los meses previos arrastraba lesiones de hombro y rodilla. Mentalmente estaba fuerte, aunque algo fatigado. Con Seguer trabajaba siempre con mentalidad positiva: «No había nunca problemas; siempre pensaba que la botella estaba medio llena». La mentalización fue clave porque logró quitarse de la cabeza la presión por conseguir medalla. Estaba tan tranquilo que ni siquiera acudió al sorteo de embarcación. Solo le perturbó el accidente de su esposa, atropellada por un coche turístico del Puerto Olímpico. En la última semana, su única preocupación fue acoplarse al barco. En los entrenamientos logró una velocidad fantástica: «Acertamos con la elección del mástil y la vela, en función de las condiciones de Barcelona. Teníamos todo calculado, claramente definidos nuestros objetivos: con un viento medio, el peor resultado tenía que ser un tercero, y con mucho viento, no más atrás del séptimo».
La clave del éxito fue la regularidad. Sabía que podía conquistar el oro sin ganar regatas, pero tenía que estar siempre entre los siete primeros. Así fue. Sus puestos fueron segundo, sexto, tercero, quinto y segundo. «Era importante salir bien y ser muy rápido en largos y popas; mi otra constante era que había que ir paso a paso, que un punto era un punto. Tenía que navegar con la cabeza, no con el corazón». Fue líder desde la tercera regata y solo ganó la última: «Cada noche me decía: quedan cinco pero a mí solo cuatro, quedan cuatro pero a mí solo tres.... Pensaba que todo iba demasiado bien, pero que el día siguiente iba a ser de nuevo muy duro». A pesar de su superioridad, tuvo problemas similares a los de Doreste en Pusan. Curiosamente, con el mismo rival: «Stuart Childerley, que había sido diecinueve meses antes sparring partner, me sorprendió presentando una protesta, no formalizada finalmente, porque, según él, yo había vaciado el chaleco de peso; luego reconoció que no la habrían aceptado». Tampoco esta vez Childerley consiguió medalla.
A la precisión milimétrica de su táctica se unió una favorable situación personal, derivada de la ventaja de competir en casa: «La primera semana de competición estuve alojado en la Villa; el quinto día, que era de descanso y siendo ya líder, me fui a casa y a cortarme el pelo, y después, ya todos los días a casa». Tenía una prenda fetiche: «Siempre llevaba una visera para protegerme del sol; era azul, de Niagara Falls, comprada en mi viaje de novios en 1987».
En la penúltima regata, su estrategia es ir por delante de sus rivales directos, sin necesidad de salir a ganar. En la última ceñida navega segundo, por detrás del americano Brian Ledbetter. Le basta con quedar entre los tres primeros para no competir el último día. Sin embargo, en la última boya decide atacar a su rival. Le arrincona aprovechando un cambio de viento y cruza la línea en primera posición. Van der Ploeg ejecuta un jaque-mate olímpico: «Al cruzar la meta, pensé en todas las horas de entrenamiento invertidas, en el sufrimiento físico; fue como una película que pasara a toda velocidad. Lo curioso fue que llegué a puerto por un sitio distinto al habitual y no tuve recibimiento, entré directamente a la carpa de medición y después al control médico». Le felicita el Rey. También le espera su esposa, con muletas y quemaduras en una pierna a causa del percance sufrido días atrás. Al ser preguntado sobre el papel de Seguer en la consecución de la medalla de oro, Van der Ploeg se emociona.
El desarrollo de la última regata ya no le preocupa. El norteamericano Brian Ledbetter logra la plata, y el bronce es para el neozelandés Craig Monk. Jacques Rogge le entrega la medalla en el podio instalado en medio del agua, frente al pantalán.
Ha ido donando partes del equipo de los Juegos de Barcelona, pero aún conserva el mástil, la botavara y la vela del Finn con el que logró el oro. Le gustaría que fuesen expuestos en algún museo.
Barcelona fue el final de su segunda etapa deportiva. Aquel año terminó en primera posición del ranking mundial de la ISAF. Siguió navegando en Finn, clase en la que se proclamó campeón de Europa tres años consecutivos, aunque no pudo reeditar su éxito en Atlanta, donde obtuvo un séptimo puesto. En aquella época ya compaginaba la competición con la dirección técnica. En los Juegos de Sidney participó en la clase Star, con Rafael Trujillo, quedando octavos. Dejó la preparación olímpica en 2003. Nunca ha dejado de navegar, pero en los últimos años siempre en barcos de clase crucero.
“Navigare necesse est” es el lema de la dirección web de José María Van der Ploeg. Tan marinero, tan rebelde, tan orgulloso este barcelonés cuyo apellido nos sonó tan raro aquel verano de 1992.
(*Este texto formó parte del libro "Españoles de oro. Cien años de medallas olímpicas" (COE, 1998), escrito por Juan Manuel Gozalo y Fernando Olmeda, y revisado para el libro "Españoles de oro. Deportistas que hicieron historia en un siglo de olimpismo en España" (COE, 2012), editado en el centenario del Comité Olímpico Español).
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