Hace muchos años que Tarifa no es solo una bella postal de casas blancas y calles estrechas y empedradas, la villa que defendió Guzmán el Bueno de manera heroica, el mirador privilegiado al Estrecho de Gibraltar. En el extremo más meridional de Europa se convive con el viento los trescientos sesenta y cinco días del año. Trescientos sesenta y cinco días de sometimiento a sus caprichos, aunque quizá no tan sometidos como pudiera parecer, porque hace mucho tiempo que el viento no se entiende allí como un problema, sino como una marca propia, un seña de identidad, una razón para vivir. Porque decir Tarifa equivale a decir “meca del windsurf” para miles de enamorados de la tabla y la vela, que viven o viajan cada año en busca del golpe de aire perfecto. Allí, al fin y al cabo, el viento no se acaba nunca y además es gratis. Entre tanto surfero, una chica sevillana, de nombre Marina, se había ganado el título de princesa de la ciudad del viento. En el verano de 2012, se convirtió en reina. Reina de la vela olímpica en la bahía de Weymouth.
(Foto: RTVE)
Como la mayoría de campeones, Marina Alabau Neira (Sevilla, 31 de agosto de 1985) recorrió un largo camino hasta alcanzar la gloria. Un camino que se inició con un curso de Optimist en una escuela de vela de Isla Canela (Huelva), donde veraneaba con sus tíos. Lo que parecía solo un entretenimiento estival caló en la niña, y su padre, viendo su pasión por el mar, la apuntó a clases en el Club Náutico de Sevilla. El descubrimiento de la tabla de windsurf a los diez años determinará su vida. «Tuve que esperar un año a tener la fuerza para suficiente poder navegar en windsurf, puesto que en esa época el material no estaba adaptado para niños». A los trece años se proclamó campeona del mundo de su categoría y entró con dieciséis en el equipo preolímpico que entrenaba en el Puerto de Santa María (Cádiz). En plena adolescencia, abandonó su casa, hechizada por una especialidad a mitad de camino entre el desafío deportivo y la diversión, para la que se requiere destreza, dedicación y determinación. Tres cualidades que a Marina le sobran.
Le faltaba conocer el mar, no pelearse con las olas, hacerse su amiga, desvelar sus arcanos. Por eso, en pleno proceso de aprendizaje y maduración, se estableció en Tarifa, lugar idóneo para perfeccionar la técnica y practicar en todo tipo de escenarios de navegación. Allí entendió la fragilidad del ser humano ante tan majestuoso rival. Descubrió que era posible aliarse a la fuerza del viento para cabalgar sobre las olas a gran velocidad. En Tarifa, el viento y el mar dejaron de encerrar misterios para ella.
A los conocimientos adquiridos se sumaba un físico idóneo para domar la tabla y hacer palanca con la vela. Los éxitos no tardaron en llegar. Con veintiún años se proclamó subcampeona del mundo, y a partir de 2007 se convirtió en la mejor windsurfista europea. Cinco títulos continentales en seis años, con la única excepción de 2011. Y en los Juegos de Pekín, cuarta plaza. Un diploma conseguido en condiciones de muy poco viento, poco favorables para alguien que se había doctorado en la eólica Tarifa: «Fui con un punto flojo, el viento flojo (nunca mejor dicho), y esas fueron precisamente las condiciones de competición. También me faltó físico. Creo que competí bien, para lo preparada que iba. De cara a Londres aprendí que si quería ser campeona olímpica no podía tener puntos flojos».
Subcampeona del mundo en 2006 y bronce en 2008, se proclama campeona mundial en 2009 en las aguas de Weymouth, su escenario fetiche, donde había competido cinco veces antes de los Juegos, con un segundo puesto como “peor resultado”. En octubre de ese año, cuando el viento del éxito deportivo soplaba a favor, ha de afrontar una de las pruebas más difíciles de su vida. Kim Lythgoe, preparador de RS:X de la Real Federación Española de Vela desde 2007, fallece en las islas Maldivas, donde se encontraba de vacaciones. Su dedicación y pasión por el windsurf había proporcionado los mejores resultados para esta modalidad en España. Con Kim como técnico, Marina había logrado el diploma de Pekín y los títulos de 2009, y Blanca Manchón los de subcampeona mundial y europea de ese mismo año. Su predisposición a ayudar, su simpatía y su humildad había calado hondo en Marina: «Kim siempre quería superarse y luchar por hacernos mejores. Me enseñó mucho sobre material. Nunca nadie me ha dado tanta confianza como él me dio, mis triunfos llegaron con él. Siempre lo tuve presente en las competiciones, fue una de mis motivaciones más claras. Llevábamos con nosotros su energía, trabajo, entrega, espíritu de equipo y buen carácter. Desde que se fue, trabajamos duro para conseguir los éxitos por los que luchaba. No queríamos defraudarle».
Empujada por el viento del Estrecho, que jamás deja de soplar, la sevillana tenía que seguir adelante. Y lo hizo con tres entrenadores, con quienes compartirá disciplina y diversión, dos de sus máximas, además de sus miedos, temores y aspiraciones. Con Diego Quintana, el entrenamiento físico, dos horas y media de agua y dos de seco; con su novio Álex Guyader, olímpico en Mistral en Sydney, el entrenamiento de agua; con Nicolás Bedou, la competición: «Normalmente entrenaba unas cuatro horas al día, cinco o seis días a la semana, alternando físico con agua. Solía despertarme a las nueve, y a las diez me ponía con la primera sesión de físico, hasta las doce. Comida sobre las doce y media o la una, y a las dos o las tres de la tarde me iba al agua un par de horas. Trabajaba la velocidad y dependiendo de lo cerca que estuviese la competición hacía maniobra, probaba material o me concentraba en la técnica».
Logró la plaza para Londres tras ganar una selección muy dura con Blanca Manchón, que también había sido campeona mundial en el ciclo olímpico: «Fue la selección más dura de todos los países. Fueron tres campeonatos selectivos en un lapso de tiempo de diez meses. Después de una selección así, me sentía lista para cualquier cosa. La verdad es que estaba más estresada durante la selección que a pocos días del comienzo de los Juegos». Tras clasificarse, Marina pasó varios períodos de tres semanas seguidas entrenando en Weymouth y Portland. Estudió el viento, adaptó su estilo... planificó, en suma, su asalto al cetro olímpico. El objetivo era, lógicamente, mejorar el diploma de Pekín: «Entonces fue un buen resultado, por las condiciones del campo de regatas chino y por mi estado físico. Pero esta vez un cuarto puesto no era un buen resultado. Quería darlo todo como en Pekín, pero quería más porque eran mis condiciones».
(Foto: COE)
La mayoría de técnicos y expertos internacionales la daban como favorita.¿Cuál había sido el secreto de su superioridad durante el ciclo olímpico?: «La cuestión es que yo tengo una técnica peculiar, porque tengo los brazos más largos de lo normal, con lo que puedo hacer más palanca con la vela. Es una posición que las otras no podían lograr por cuestiones físicas. De cara a Londres, el nivel de la flota había subido porque las otras chicas habían desarrollado una técnica consistente en navegar agarrando la driza, y así más o menos conseguían imitar lo que yo hacía, salían al planeo a la vez que yo. Aún conseguía un poco más de ángulo, pero ya no era la ventaja de años atrás». Era, sin duda, la opción más clara de medalla del equipo olímpico español, y Marina lo sabía: «La verdad es que me sentía muy cómoda en el agua, el campo de regatas me gustaba y me gusta mucho. Normalmente hay vientos medios y solemos navegar en áreas con mar plano. Son mis condiciones. Tenía buenas sensaciones y estaba preparada. No sé si diría que estaba al cien por cien, porque es verdad que arrastraba una pequeña lesión, pero estaba cerca. Me veía con posibilidades de medalla, cosa que en Pekín no sucedía».
En el gimnasio había mejorado su potencia física. La meditación le sirvió para mejorar su fortaleza mental. Una mentalidad rocosa, inquebrantable a la presión, en una disciplina en la que la concentración es primordial, porque una ráfaga de viento imprevista, una ondulación esquiva del mar o un segundo de despiste pueden ahogar las aspiraciones del deportista en competición: «Creo que mi punto fuerte principal es que, en el momento de la verdad, cuando realmente te la juegas, aguanto la presión. La presión incluso me va bien». Constitución física, dominio técnico, fortaleza mental... Más atlética y mejor preparada psicológicamente, Marina Alabau iniciaba el viaje más importante de su vida.
La competición de RS:X se inició el martes 31 de julio. Diez mangas de series clasificatorias, dos por jornada, más la Medal Race, a disputar el 7 de agosto. Como en otras clases, el material lo facilitaba la organización: «Me tocó un material muy bueno, pero al tercer día se rajó la aleta. La nueva que me dieron no parecía tan buena. No conseguía ir tan fina como antes, no notaba que la tabla fuese tan fácil como antes, tenía que hacer un poco más de fuerza. Pero conservaba una buena velocidad, y por lo que escuché al resto, las sensaciones eran más o menos parecidas, porque el material era el mismo para todas».
No obstante, la superioridad de Marina será aplastante desde el primer día. Se coloca en cabeza con un 2º y un 1º en las dos primeras regatas, y va consolidando su liderazgo en días sucesivos sin dar apenas opciones: 1º, 1º, 5º y 2º al llegar a la primera jornada de descanso: «Tras la primera jornada de descanso me sentía bien, las cosas iban como estaba planeado, estaba navegando rápida y lista, pero Álex no paraba de recordarme que no iba a ser fácil, que tenía que seguir concentrada. Y me recordaba lo buenas que eran mis rivales para que no me relajase».
Se reanuda la competición el 4 de agosto, y la sevillana prosigue con paso firme su navegación hacia el podio: 3º, 8º, 6º, 3º. En ese momento están ya muy claras sus opciones. Mantiene la regularidad y se beneficia de los fallos de sus rivales directas. Al finalizar la décima regata, lidera con 24 puntos, seguida de las representantes de Israel (38), Finlandia (38), Alemania (39) y Polonia (41). Era muy difícil que se le escapase el podio, y era, además, la favorita para el oro. Se habían confirmado los pronósticos. La mejor windsurfista había demostrado que, en los momentos decisivos, también era la mejor.
Sin embargo, en la víspera de la Medal Race, Marina va a enfrentarse a un mal momento, quizá el peor de los Juegos: «Lo pasé mal. Tenia el estómago cerrado y un estado de ánimo un poco raro. Nunca antes me había pasado. Sentía miedo de ganar, de lograr aquello por lo que tanto me había sacrificado. Esa tarde escuché en televisión a un psicólogo deportivo que decía que todos los deportistas sienten presión y sienten miedos, pero que solo los buenos saben controlarlo, y esa presión les sirve para dar lo mejor de ellos. En ese momento me dije: Marina, tú eres una de esas, no te preocupes porque lo que estás sintiendo es normal, solo enfócalo como algo bueno».
El 7 de agosto, antes de salir a disputar la final, el equipo relaja en parte la concentración de las jornadas precedentes. «Esos días había tenido el teléfono desconectado. Pero, en la mañana de la Medal, miré un poco el Whatsapp y el Facebook». No obstante, estaba un poco más nerviosa de lo normal, aunque por fuera no lo aparentaba: «Era lógico, por lo que me estaba jugando. Más por la posibilidad de ganar que por el riesgo de perder. Por la mañana, todos me preguntaban cómo había dormido, pero no tengo problemas con el sueño, dormí bien y me desperté bien. Álex estaba bastante más nervioso». Una vez más, su fuerza mental se imponía a cualquier situación que pudiera provocar nerviosismo: «Lo que estaba viviendo lo había vivido muchas veces en mi cabeza. Sabía lo que tenía que hacer, estaba concentrada en mi estado de ánimo, en estar tranquila. Tenía que navegar como sabía, tranquila, las condiciones eran perfectas. Lo veía todo bastante positivo».
La estrategia para la Medal Race era hacer una buena salida, y aprovechar su velocidad para llegar a barlovento entre las primeras. Sabía que si empezaba atrás, luego iba a costarle mucho, aunque le bastaba con ser séptima para lograr el cetro olímpico. Era un cómodo colchón, pero Marina no estaba en esas cábalas. Su objetivo era ganar también la final, reservada a las diez primeras y de valor doble. Y así fue: «Eduardo García Velasco -ex-entrenador y amigo- me aconsejó salir a barlovento. Nico me dijo que disfrutase, que hiciese lo que sé hacer porque todo iba a ir bien. Tenía la idea de no arriesgar para estar delante, porque no hacía falta, pero Xabi Fernández me aconsejó que fuese a ganar para estar tranquila. Uní los consejos y es lo que hice». En un campo de regatas muy complicado, lleno de rachas y calmas, sale bien y llega tercera a la primera baliza, tras las representantes de Ucrania y Gran Bretaña: «Salí con mucha confianza, a barlovento de la gente, y en treinta segundos ya había planchado a cinco chicas, tenía mucha velocidad y remé mucho. Se veía venir. Con esas condiciones y esa salida me dije: ahora ya está, Marina, navega tranquila y que todo fluya». A mitad de prueba rebasa a la inglesa. Se ha olvidado de calculadoras y aspira a terminar la competición como la comenzó, en cabeza. En el último tramo, la bajada en empopada hacia meta, adelanta a la ucraniana, que durante parte de la prueba había acumulado una considerable ventaja, y cruza la meta en primera posición, con una demoledora autoridad. Acababa de conquistar la medalla de oro tras un torneo prácticamente perfecto: 26 puntos, veinte de ventaja sobre la finlandesa Tuuli Petaja (46) y veintiuno sobre la polaca Zofia Noceti-Klepacka (47). «Un poco antes de cruzar la meta empecé a levantar los brazos y chillar, estaba pletórica, solo buscaba a mi entrenador para darle un abrazo y escuchar lo bien que lo había hecho. Nunca olvidaré su cara cuando nos encontramos».
En la lancha que traslada la embarcación al pantalán, Marina, pletórica de alegría, despliega una bandera española. Como nueva reina del windsurf planetario, es elevada sobre la tabla por sus compañeros, mientras ella señala al cielo con los índices. Era, efectivamente, la número 1.
(Foto: COE)
Dedica su título al equipo, empezando por Kim Lythgoe: «La medalla era nuestro objetivo y sé que donde quiera que esté estará muy orgulloso de mí. También a Álex, mi novio y entrenador, que lo pasó realmente mal; me habían aconsejado que me buscara otro entrenador que no fuera mi pareja, porque hay mucha presión, y por eso, durante los Juegos no hablábamos de mi día en el agua. Y a Nico, que lo hizo muy bien, siempre supo lo que me tenía que decir en cada momento para que yo mantuviera la cabeza fría». El equipo de vela celebró esa noche el histórico triunfo de Marina: «La fiesta fue increíble, con todo el equipo y mis compañeros de la RS:X, fue algo muy especial. Y como sabes que eres protagonista, haces el tonto más de la cuenta y la gente responde muy receptiva».
(Foto: COE)
Al día siguiente, viaja a Londres para comparecer en rueda de prensa en el Parque Olímpico. Había mucha expectación porque era la primera medalla de oro de la delegación española. Desvela entonces uno de sus secretos mejor guardados. Un mes y medio antes de los Juegos, tuvo una pequeña lesión y estuvo trabajando con un amigo masajista y profesor de yoga: «Estuvimos trabajando mucho el tema de la meditación y creo que eso me ayudó mucho. Cuando tengo mucho estrés se me carga la espalda y se me contractura. Entonces tengo que dejar de entrenar. Esos dolores volvieron a aparecer antes de la Medal Race. Me habría preocupado si no me hubiese pasado antes. Pero estaba preparada para esos dolores que me iban a venir, porque sabía que todo era psicológico. Simplemente tenía que relajarme y mandar a mi cerebro la información: ¡músculo, relájate, relájate! Y la verdad que fue bien».
Marina Alabau ya era de oro. Culminaba una semana de ensueño, coronándose campeona sin dejar lugar a la duda, a la improvisación o la inquietud. La primera medalla de oro de España en Londres atrajo la atención a una especialidad minoritaria y, por primera vez en la historia olímpica, las redes sociales servían para acercar a Marina y al resto de medallistas a los aficionados.
Recibió muchas felicitaciones, entre las que Marina destaca la de Rafael Nadal, y muchos homenajes: «Los homenajes están muy bien, sientes cómo la gente está orgullosa de mi triunfo, que es lo que al final más me llena». ¿Y la medalla?: «La medalla es increíble, algo muy especial, con mucha energía, cuando la llevas puesta notas el peso, el sacrificio, las horas de entreno, cada vez que la saco se me encoge el corazón, y cuando me la cuelgo no paro de chillar».
En Tarifa, rosa andaluza de los vientos, Marina ya se prepara para Río de Janeiro. Por sus venas corre sangre de campeona olímpica, y, en su mejor momento como deportista, como amazona del viento que es, anhela conquistar otros reinos, con la ayuda de su íntimo amigo Eolo.
(*Este texto formó parte del libro "Españoles de oro. Deportistas que hicieron historia en un siglo de olimpismo en España" (COE, 2012), escrito por Fernando Olmeda y editado en el centenario del Comité Olímpico Español)