Cuando Rafael Nadal conquistó el oro olímpico, ya había recorrido el camino que la historia demanda para ser considerado como el mejor deportista español de todos los tiempos. Su medalla en Pekín venía a completar un palmarés difícil de igualar, y que no ha dejado de crecer en los años posteriores.
Solo la Copa Davis rompe anualmente la rutina del exigente circuito de tenis profesional. Y cada cuatro años, los Juegos. Rafael Nadal Parera (Manacor, Baleares, 3 de junio de 1986) había vivido esta experiencia, pero de manera casi simbólica. En Atenas había jugado un partido de dobles haciendo pareja con Carlos Moyà, pero fueron eliminados. Fue una participación efímera. Sumar a su extensa colección de títulos una medalla olímpica era una asignatura pendiente en 2008. Aquel año olímpico transcurría de manera brillante para el tenista mallorquín. Acababa de conseguir los grandes objetivos de la temporada: había ganado su cuarto Roland Garros y su primer Wimbledon, además de los torneos de Montecarlo y Hamburgo -con Roger Federer como contrincante en las cuatro ocasiones-, y había contribuido a la buena marcha del equipo español de Copa Davis, que en abril se había plantado en semifinales tras derrotar a Alemania.
La victoria en Wimbledon (6-4, 6-4, 6-7, 6-7 y 9-7 en cuatro horas y cuarenta y ocho minutos) le convertía en el primer tenista en ganar Wimbledon y Roland Garros de manera consecutiva, desde que Björn Borg lo lograra en 1980, y en el segundo tenista español que conquistaba el torneo londinense, tras Manuel Santana. Aquel partido fue considerado como el mejor partido de la historia del tenis, y en aquel momento, Rafa tocaba el cielo. Iba a ser muy difícil superar aquello.
A lo largo de 2008 había mejorado mucho su juego, sobre todo en el saque, más duro, variado y veloz, y había perfeccionado su derecha y su revés cortado. Pero su éxito había sido -y sigue siendo- su fortaleza, tanto física como mental. Desde pequeño le prepararon para tener una mentalidad ganadora: nunca nunca dar una bola por perdida, ir siempre a por todas. No sabe qué es rendirse, no entra en su vocabulario. Tenaz y luchador, Ha sido, quizá, lo que le ha diferenciado del resto de jugadores. Un espíritu inquebrantable forjado en el seno de una familia equilibrada que le ha empujado a mantener siempre los pies en el suelo. Su equipo le ha conducido por territorios de sencillez y sensatez que han seducido al mundo entero.
Con su victoria en Toronto en julio, después de Wimbledon, lograba ganar los últimos cinco torneos en los que había competido, y completaba una racha de veintinueve partidos invicto, que había quedado interrumpida en la semifinal del torneo de Cincinnati frente a a Novak Djokovic. En agosto, su calendario iba a ser diferente. Era el momento de competir por España en unos Juegos. Además, la ATP iba a proclamarle número uno del mundo al finalizar la competición olímpica. En aquellos días, preguntado sobre cómo iba a celebrarlo, respondió: “¿Por qué, acaso hay que festejarlo? Estoy en los Juegos, luego viene el US Open y la Copa Davis; la temporada es muy larga”.
El recibimiento en el aeropuerto de Pekín fue multitudinario. No se hospedó en un hotel de Pekín, como hizo, por ejemplo, Roger Federer, sino que vivió los Juegos en la Villa Olímpica. Quiso estar allí, con sus compañeros, para respirar el ambiente olímpico, firmar autógrafos y hacerse fotos -«me la hice con Michael Phelps, pero salí muy mal»-. Rafa recorre el mundo al vertiginoso ritmo de un deporte políglota, individual y trashumante. Como el tenis es de solitarios, en Pekín se sentía bien como un jugador más del equipo español: «Desde pequeño me gustaba ver deportes de equipo; aunque sé que nunca dejo de representar a mi país, lo que siento cuando juego en Copa Davis o en los Juegos es completamente distinto a lo que siento cuando juego para mí». Cada mañana intercambiaba risas y buen rollo con sus compañeros de portal, los jugadores de la selección de baloncesto: «Había pasado solo diez días en mi casa en los cinco meses anteriores. Me ayudó el ambiente de la Villa; a ellos también les debo parte del triunfo». Participó en la ceremonia de inauguración, que recuerda así: «Fue muy bonita, con muchas fotos, solo que fue muy larga... Estar allí era algo impresionante».
Los entrenamientos de adaptación a las condiciones y a la pista del Centro Olímpico de Tenis fueron duros, pero poco a poco fue sintiéndose mejor: «Entrené mal, pero más que nada porque venía cansado. Poco a poco fui adaptándome; la pista no era muy rápida, pero la bola era rara, se volvía rápida si se tiraba por bajo porque botaba raro; había también mucha humedad, era incómodo coger la raqueta, por eso mi entrenador decidió cambiarme el grip cada veinte minutos; funcionó bien». Aunque sufrió, como todos, las altas temperaturas y el elevado porcentaje de humedad -que, por ejemplo, le obligaban a dormir desnudo-, estaba feliz. Como tenista, lo más importante es un torneo de Grand Slam, pero, como deportista, la máxima aspiración es el oro olímpico, y así lo expresó, de manera sencilla y clarividente, poco antes de debutar, el 11 de agosto, frente al italiano Potito Starace. Con más dificultades de lo esperado, le derrota en tres sets (6-2, 3-6 y 6-2). En segunda ronda se deshace del australiano Lleyton Hewitt (6-1 y 6-2) con un juego contundente, más acorde con su estatus de número uno. Reconquista el fondo de la pista, sube a la red cuando la situación lo requiere y mueve a su rival hasta agotarlo. Un buen partido que despejaba dudas sobre sus posibilidades.
A priori tenía un cuadro difícil, pero fue superando a sus rivales jugando a gran nivel. En octavos se impone (6-4 y 6-2) al ruso Igor Andreev. El partido de cuartos ante Jurgen Melzer se disputa a las doce de la noche, después de un día lluvioso. Rafa parece salir con prisa y endosa un 6-0 al austriaco, que se despereza en la segunda manga pero termina perdiendo 6-4.
Rafa se planta en semifinales, donde le espera Novak Djokovic, número tres del mundo en aquel momento. Es una final anticipada, tras la eliminación de Roger Federer. A los tres minutos de partido, el público chilla ya encendido. Se enfrentan dos veinteañeros recientes. Rafa aprieta: fuerza y pericia. Ha llegado a la cancha sin afeitar, fiero. Rompe el servicio de su rival (3-2). Su saque alcanza los 180 por hora. Certero además. Desde el 5-2 a favor del mallorquín, Djokovic marca el ritmo. El marcador le parece una lápida. La suya. Está en minoría ante el despliegue físico de Rafa. También hay menos serbios que españoles en el público. De órdago en órdago. Con saques a doscientos por hora. Nada de peloteo o transiciones. Intuye la dirección de la mayoría de los servicios de Rafa y le responde a golpes, aunque no le da tiempo a ganar el set. 6-4 para Rafa.
En el segundo, Djokovic se recupera de sus fallos y le endosa un contundente 6-1. A Rafa no le llegan las piernas. Además, su primer servicio se vieno¡e abajo. Y el segundo saque es el anuncio de un latigazo serbio. El 1-6 de esa manga lo dice todo. Es lo que tiene ser el número uno del mundo. A Rafa, ni jugando mejor le ganas. Es un tenista acorazado. Todo lo que le envías, rebota. Como si le entrara la cancha de mano a mano.
El tercer set lo igualan la clase de Djokovic y el espíritu indomable de Rafa. Ya no esconden los jadeos. El pase a la final va a decidirse en el tercer y definitivo set, dramático por la fuerza y calidad de los rivales. Probablemente el primer break que se produzca va a decidir el choque. El partido se convierte en un combate de boxeo sin guantes. El primero que perdiera su servicio, lo perdía todo. El mallorquín seguía fiel a su liturgia: serio, impetuoso. Notaba que a él le costaba más ganar su juego. Que el campo se inclinaba bola a bola a favor de su rival. Y qué. Seguía parapetado en su muro. Así llegaron al 3-3, al 4-4 y al 5-4. Con 5-4, Djokovic tiene el saque y la posibilidad del empate. Ese juego, el primero que podía ser definitivo, era ya distinto. Mental. El silencio. Rafa aprovecha la primera bola de partido que se le presenta. El serbio encontraba las esquinas al campo. Djokovic lanza una bola imposible de devolver, salvo para v. Y otra. Lo mismo. De raya a raya. El mallorquín responde primero con las piernas y luego con la punta de la raqueta, elevando la bola al cielo. Totalmente desplazado. El mallorquín mete un globo, y a Djokovic le basta con posar la bola al otro lado de la red. Tiene a Rafa cerca de la grada. Baja ya la última pelota aérea y defensiva del balear. Djokovic tiene tiempo para pensar. ¿Derecha o izquierda? Qué más da si siempre llega. Pensar es dudar. Era la bola más fácil de un partido igualado. La falló, claro. Pero se queda en el suyo. El globo le revienta en la cara. Ni así, a un metro de la red, pudo con Nadal, el de la pared de ladrillo. El serbio desnuca el gesto, se hunde en la decepción. Ni arrollando en el segundo set y jugando mejor el tercero puede con Rafa. Cuando ve que su rival falla, ahoga con fuerza sus puños, se echa al suelo y rompe en un grito, íntimo, profundo, de alivio, euforia y rabia. Estaba en la final: «Djokovic era un adversario muy complicado en aquella pista y pude ganarle. Con González sabía que iba a ser un partido duro. Estaba sacando muy bien y tenía una derecha increíble. Tenía que estar a gran nivel si quería ganarle».
Ya había asegurado la medalla de plata. Su rival iba a ser el chileno Fernando González, quien, en una semifinal maratoniana -y tras salvar tres puntos de partido- había eliminado al estadounidense James Blake, verdugo a su vez de Roger Federer. Aunque er un tenista imprevisible y de raqueta irregular, acumulaba cada año media docena de partidos que rozaban la perfección.En aquel momento era de las derechas con más dinamita del circuito. “Mano de piedra” llamaban al abanderado chileno, un tenista que además acumulaba sobrada experiencia olímpica. En Atenas había sido bronce en individual y oro en dobles, junto a Nicolás Massú.
El 17 de agosto se disputa la gran final. El público local y los seguidores españoles y chilenos crean en la pista central un ambiente muy especial. China vive el deporte con intensidad. Allí se adora a las estrellas del deporte, y Rafa es uno de sus preferidos. Esa desmedida idolatría se comprueba minutos antes del inicio del partido. Un inicio que se retrasa. González y Rafa posponen su salida a pista porque la tarde ha comenzado con la entrega de medallas del torneo femenino, dominado por las rusas. Banderas rusas, españolas y chilenas ondean conjuntamente cuando los tenistas comienzan a calentar. ¡Este partido lo vamos a ganar! es el grito que se impone en la pista, donde se encuentran la reina Sofía y los duques de Palma, que llegan de una pista contigua donde se ha disputado la final de dobles femeninos en la que Virginia Ruano y Anabel Medina han perdido ante las hermanas Williams.
Muy motivado e indiscutible favorito, Rafa salta a la cancha como un ciclón, con ganas de resolver la final por la vía rápida. González no suele torcer su brazo pronto, porque el empuje forma parte de sus cualidades como tenista. Pero su derecha no va a ser determinante en esta ocasión. Rafa rompe el saque del chileno en el segundo juego, y con su siguiente servicio se coloca con un cómodo 3-0. El español rompe el partido a las primeras de cambio. Protege su saque, que no cede en todo el partido y cierra el set sin contratiempos. González anota su primer juego en blanco, aferrándose a su saque y a su derecha para sobrevivir al huracán mallorquín. La réplica del tetracampeón de Roland Garros no se hace esperar. Juego en blanco. Ya no tiene que hacer muchos más esfuerzos. Dispone de un punto de set al resto en el octavo juego, y aunque no lo puede amarrar cierra con comodidad el set con su siguiente servicio (6-3).
Rafa baja la intensidad en el segundo set. González gana eficacia con su saque y pone en los primeros apuros a su rival, a quien mueve por la pista con sus derechazos. Juega con continuidad gracias a la certeza de su saque. Inquieta a Rafa, que tiene que hurgar en el partido y ejecutar esfuerzos extras en las amenazas de González, que desvela ciertas carencias como restador. El partido concede una opción al chileno. Y es en los detalles donde está el salto de calidad. González, a buen nivel, esperó su ocasión. Y le llegó pero no la aprovechó. Fue en el décimo parcial, cuando tuvo 15-40, dos puntos de sets. Rafa se defendió como pudo. Pero el sudamericano, pensó más en la dimensión de la situación y marró cada posibilidad: Una fuera, de revés y otras dos a la red. En el duodécimo juego dispone de dos bolas de set, pero Rafa, infatigable, las salva. Su experiencia y fortaleza mental son suficientes para anotarse el segundo set en la muerte súbita (7-6). Rafa adquiere una ventaja insalvable. Perder esta segunda manga hace mella en el chileno. En el tercer set, ya no hay marcha atrás. Nada a favor de corriente en cuanto firma la primera rotura (3-1). Las derechas de González, lejos de inquietar, son intermitentes, revestidas de fogueo. Y los dos puntos de partido que salva, la advertencia de una muerte anunciada. La situación ya había desbordado al chileno, que sucumbe paulatina pero definitivamente. Desprovisto de fe, asimiló su adiós ante una roca. El chileno apela a la épica y levanta tres bolas de partido en el octavo juego, pero ya no puede hacer más. Solo asistir como espectador de lujo al triunfo del balear, que cierra el partido al saque con su siguiente punto de partido (6-3). Rafa se deja caer sobre el cemento, aunque después no busca con la mirada a su entrenador, Toni Nadal, porque está en Mallorca siguiendo el partido. Rafa conquista el oro tras una batalla desigual, más desequilibrada de lo que se pronosticaba en un principio.
Manacor también vibró con su victoria. El Ayuntamiento había colocado una pantalla gigante para que los vecinos pudieran unirse a la fiesta. Corearon cada punto, expresaron el buen humor de quienes se saben ganadores y, al final se levantaron de sus sillas con el grito de la victoria en las gargantas.
Cuando la bandera española comenzó a ondear en el mástil de los campeones, su rostro esbozó un gesto de garra equiparable al archifamoso ¡vamos Rafa! El objetivo estaba cumplido: «Había escuchado antes el himno muchas veces, pero en los Juegos fue muy especial; me sentía feliz por el oro y por todo lo que me había estado pasando ese año.; la medalla era un sueño». Y después, el ritual que nunca falta en una victoria del mallorquín: el mordisco a la presea.
Así conquistó el oro de Pekín. Una vez más, se usaron los calificativos que, desde hace años, ensalzan su forma de jugar al tenis: incontestable, estratosférico, majestuoso, exquisito... Por supuesto, la gloria olímpica no cambió un ápice su discurso moderado y humilde. También en Pekín se acordó de Federer, su gran rival: “Él es el mejor, no hay duda”.
Con los puntos obtenidos en el torneo olímpico se convertía, al día siguiente, en el número uno del mundo, desbancando al tenista suizo, que llevaba 237 semanas como mejor tenista en el ranking de la ATP. Horas después, volaba a Nueva York para disputar el US Open. La temporada continuaba: «En el tenis, si pierdes un día sabes que a la semana siguiente tienes una nueva oportunidad; pero si ganas, también sabes que dentro de nada vas a volver a sufrir».
El obstinado, serio, infranqueable, poderoso y despiadado tenista español se marchaba de la capital asiática con el objetivo cumplido. Rafa barnizó de oro el tenis español. Fue la undécima medalla de la historia, pero la primera de oro. Se convertía en el primer tenista español campeón olímpico, aunque Manuel Santana se había proclamado campeón del torneo de exhibición disputado en Guadalajara durante los Juegos de México en 1968 (el tenis aún no era disciplina olímpica). También era el primer jugador de elite que lograba el oro olímpico desde André Agassi en Atlanta (en Sydney había ganado el ruso Yevgueni Kafelnikov, y en Atenas, el chileno Nicolas Massú).
El 3 de septiembre, al poco de regresar a España, recibió el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, imponiéndose a las candidaturas de la selección española de fútbol, la atleta Yelena Isinbáyeva, el nadador Michael Phelps y el atleta Usain Bolt.
2008 se recordará siempre como “el año Nadal”. Su oro parece muy lejano en el tiempo, porque posteriormente ha conquistado más torneos, una espiral de voracidad propia de los grandes campeones. Así es el tenis. Frenético. Rafa sigue ampliando su palmarés a cada poco. Mejor dejar abierto su capítulo olímpico.