El mayor éxito del fútbol español del siglo XX fue la medalla de oro en los Juegos de Barcelona, y sin embargo, durante muchos años no dejaron de escucharse voces que introducían matices a aquel éxito olímpico. Y matizar sobre algo tan grande, singular e inusual suponía poner reparos, restar valor o disminuir mérito a aquella hazaña cuyo cénit fue aquella mágica e inolvidable noche en el Camp Nou en que España ganó a Polonia. La duda de quienes dudaban se basaba en que se logró en un torneo donde no estaban los mejores, sino futbolistas aficionados, y con un equipo de chicos muy jóvenes que daban sus primeros pasos en el profesionalismo. Quizá por eso aquella selección sufrió las consecuencias del desamor, el desinterés, la distancia y hasta el olvido.
El seleccionador era Vicente Miera. Formaron equipo con él Ladislao Kubala, Miguel Sánchez, José Antonio Gaspar, el preparador físico, Genaro Borrás, y Jesús García Barrero, el psicólogo, cuya labor con aquel grupo de jugadores ilusionados y dispuestos fue excepcional. Miera se acuerda absolutamente de todo. Y va contándolo, desmontando pieza a pieza, valorando, desvelando claroscuros, con ese hablar suyo pausado; tan lento, que a veces no se sabe si termina una frase o si está pensando en la palabra más adecuada para proseguir. Un técnico con fama de serio, adusto y poco hablador. De ese tipo de personas que siembran incertidumbre sobre sus capacidades, porque son poco proclives a la concesión fácil y a reirse si no tienen ganas.
(Foto: RFEF)
El capitán de aquel grupo era Roberto Solozábal. Repasamos con ambos cómo fueron aquellos meses, aquellos días que desembocaron en la medalla de oro, que mejoraba la histórica plata lograda en 1920 en Amberes. Inicia el relato Vicente Miera: «Hay muchas cosas que no se saben. El ambiente del equipo fue formidable, pero no todo resultó agradable en casi cincuenta y cuatro días de concentración; yo casi no voy, porque poco antes me sometí a una operación muy delicada, y la verdad es que tampoco tenía demasiadas ganas, pero había ciertas esperanzas, a pesar del fracaso de la selección en el Mundial 82. Diez años más tarde se organizaban aquí unas Olimpiadas y era una forma de desquitarse, de tomarse la revancha; lo malo era que nadie quería involucrarse en el asunto, porque no había fe en el éxito y se había creado previamente un clima muy negativo». Solozábal también comienza su evocación adentrándose por ese sendero argumental: «El ambiente estaba enrarecido; los jugadores del Atlético de Madrid y del Real Madrid nos incorporamos más tarde a la concentración de Cervera de Pisuerga porque habíamos jugado la final de Copa. Pronto surgió el primer roce: el asunto de las primas. La relación entre los jugadores y la Federación no existía, era nula; el problema era que el fútbol no estaba en el plan ADO. Era el único deporte que no estaba porque éramos profesionales, como si, por ejemplo, los de baloncesto o balonmano no lo fueran; nosotros queríamos el mismo trato que les daban a ellos, pero claro, no había un duro para primas, y ese fue el primer atasco».
Miera recuerda en qué condiciones y con qué animo llegaron algunos jugadores a la concentración: «Cervera sirvió, más que nada, para recuperar a la gente. Me acuerdo que Toni estaba en el Figueras, Cañizares en el Mérida, a Alfonso le iba solo regular en el Madrid y Luis Enrique llegó con dudas y desmoralizado porque querían echarle del Madrid y cederle al Sevilla; creo que entre todos le convencieron para que resistiera y aguantara. Los jugadores prácticamente se quedaron sin vacaciones; fueron ellos quienes me dieron la primera lección de deportividad cuando tuve que hacer los descartes. García Sanjuán, Moisés, Aguilar o Rafa, por ejemplo, demostraron una categoría, un compañerismo y una comprensión realmente emocionantes. En aquella concentración se trabajó muy a gusto, además no teníamos presión, nadie nos prestaba una especial atención. Con decir que ni se hizo la foto oficial... Esperaron hasta la víspera de la final».
«Es verdad», corrobora Solozábal; «el día antes de la final contra Polonia, estábamos entrenando en Sarriá y vinieron a decirnos que nos preparásemos para la foto oficial, que estaban allí los directivos; los jugadores nos reunimos y les dijimos que no, que eso tenía que haberse hecho antes y no entonces, cuando ya era segura la medalla de plata. Nos negamos a la foto. Nosotros estábamos felices de jugar, habíamos superado todo. Cuando llegamos a Valencia, nos metieron en un hotel pequeñito, cerca del puerto, de tres estrellas, sin comodidades, sin piscina, sin nada; y encima, el entrenamiento era en Paterna. ¡Las colas, los atascos de tráfico que tuvimos que aguantar todos los días!».
Miera recuerda también las dificultades con el servicio militar de algunos seleccionados: «Quienes sufrieron esos problemas los resolvieron solos. Recuerdo los casos de Amavisca y Manjarín, cuyos padres tuvieron que intervenir personalmente, porque el Consejo Superior de Deportes no movió un dedo; lo único que les preocupaba era el baloncesto. A veces, algún jugador tenía que abandonar la concentración para cumplir con sus deberes militares, y al terminar los Juegos, volvieron al cuartel para recuperar los días perdidos; pero no decayó un ápice el entusiasmo del grupo». Miera no quiere dejar nada en el tintero: «Detalles tuvo Alfredo Goyeneche, Presidente del COE; nos visitó y estuvo siempre atento, encantador y agradable; el equipo de colaboradores fue fantástico; hubo momentos muy gratificantes con los jugadores, con su alegría y su entrega; Abelardo, por ejemplo, llegó con problemas físicos y estaba prácticamente descartado, pero se quedó con nosotros, se recuperó y estuvo inmenso. Fue muy bonito mientras duró y, sobre todo, en el plano deportivo. Pero en el aspecto humano, para mí fue un tormento; recuerdo que Rafael Cortés Elvira me envió alguna carta para disculparse, pero se notaba que iba a favor de ambiente. Como dicen por mi tierra: va con los de la feria y vuelve con los del mercado; incluso estuve a punto de escribir un libro con todo aquello, pero luego me arrepentí».
El seleccionador prosigue: «Pasamos casi inadvertidos, como si fuéramos una molestia; a la Federación todo le parecía malo y negativo. Un día antes de empezar a jugar, nos llevaron en autobús hasta Barcelona para acreditarnos. No fueron capaces de hacernos la acreditación en Valencia y evitar un viaje tan pesado, cuando nosotros, además, empezábamos el torneo un día antes de la inauguración oficial. Y vimos la inauguración porque los chicos se pusieron serios y firmes en su decisión de estar allí para verlo». Coge el testigo del relato el capitán: «Les dijimos que queríamos ir a la inauguración, presionamos bastante aunque el míster entendía que era una paliza jugar por ejemplo hoy y acudir a Barcelona mañana para ver la inauguración, cuando dos días después teníamos partido. Pero les convencimos, goleamos a Colombia y nos llevaron, esta vez en avión, a Barcelona. Lo cierto es que regresamos a Valencia muy tarde, serían las tres de la mañana más o menos, pero lo conseguimos. A la ida nos tuvieron casi siete horas esperando en la Villa Olímpica, luego fuimos al estadio y después a Valencia; pero porque los jugadores nos plantamos, si no, no hubiéramos creído que estábamos participando en unos Juegos».
Todo surge espontáneo, sin ruido, sin levantar la voz. Para Solozábal, acudir a la inauguración fue importantísimo porque significó meter al equipo en los Juegos. Dice que estaban hartos de concentración, de la incomodidad del hotel, del calor y de las horas en el autocar: «Intentamos pasarlo lo mejor posible, y en cuanto nos daban un día libre, nos íbamos catorce o quince, por ejemplo, a una pista de karts, en El Saler, a echar carreras; Kiko, que no cabía en los coches, era quien daba la salida y el banderazo de llegada». Pero reconoce también que comenzar ganando ayudó muchísimo. El debut de la selección fue el 24 de julio en Mestalla, por aquel entonces Estadio Luis Casanova. España ganó 4-0, con goles de Guardiola, Quico (posteriormente, "Kiko"), Berges y Luis Enrique.
En aquellos días, Javier Clemente fue nombrado seleccionador nacional. Se dijo y se escribió que había sido el auténtico filósofo de aquel equipo, el que marcaba las normas, decidía las tácticas e impulsaba a los jugadores, porque Miera no tenía carácter, era un hombre apocado y tristón: «Fue una tarea de acoso y derribo», dice Miera con un tono de voz profundo y restos reconocibles de dolor; «incluso enviaron al doctor González Ruano para que certificara que yo no podía volver a entrenar. Fue sangrante. Sobrevivir a aquellos días, antes de hacerme cargo del equipo olímpico, fue el mayor éxito de mi vida como ser humano. Creo, incluso, que me dieron lo de los Juegos para ver si me estrellaba, y estuve a punto de arrojar la toalla. Y deseo aclarar que Clemente nunca acudió a Cervera de Pisuerga. Sí estuvo en Valencia. Un día quiso presentarse a los jugadores cuando le nombraron y acudió a saludarles. Le invité a asistir a las reuniones. Hizo alguna visita de cortesía y les animaba. Pero charlas técnicas, como se escribía y se decía, ni una. Lo que ocurre es que algunos medios manipulaban las declaraciones y en lugar de publicar las mías, publicaban las suyas. Pero nunca se dirigió tácticamente a los chavales. Yo, con Clemente, siempre tuve una gran relación».
A pesar de todas las dificultades, aquel equipo funcionó de maravilla. No perdió un solo partido, y su línea fue siempre ascendente. Al encuentro contra Colombia asistieron siete mil espectadores, pero la expectación fue subiendo y terminaron llenándose los estadios: «Fuimos a más», apunta Solozábal; «de principio a fin fue maravilloso. Sigo diciendo que fue el campeonato más bonito que jugué; futbolísticamente y en cuanto a grupo todo fue precioso, y es verdad lo que dice el míster: Clemente nunca dio charlas técnicas. Cuando nos visitaba, nos hablaba de ilusión y de lucha». El capitán repetiría todo tal y como fue. Quizá introduciría un único cambio: «Vivir en la Villa. El día que fuimos allí, antes de acreditarnos, solo con ver la sala de videojuegos nos quedamos flipando, impresionados. Pero también nosotros nos buscábamos la vida; recuerdo que mientras estuvimos en Valencia, que fue todo el torneo menos la final, en el viaje a los entrenamientos y los partidos siempre íbamos oyendo a Bruce Springsteen, y a la vuelta de los partidos y de los entrenamientos, como no perdimos un partido, oíamos la del tractor amarillo, que se trajo Abelardo; hacíamos tanto ejercicio bailando en el autocar como en el partido».
Todo va surgiendo sin pausa, sin esfuerzo. Van desgranando sus recuerdos, grabados a fuego en su memoria. Los extraños y protocolarios saludos de la delegación de Corea, que se hospedaba en el mismo hotel; las fotografías con los coreanos y la paella; la sorpresa de verlos comer todos los días lentejas con arroz; el trabajo sutil y eficaz del equipo técnico; los retrasos en los entrenamientos porque querían ver a Indurain en el Tour; la tremenda moral que les proporcionó mantener la portería a cero hasta la final. Miera tiene una mención especial para Guardiola: «Lo de Pep es aparte. Hay jugadores decisivos y él lo era; estando en el campo todos eran mejores; se exigía mucho a sí mismo. No he conocido un jugador más inteligente, hacía equipo, y eso que aquel grupo ya era de por sí impresionante». Además de a Colombia, en la fase de grupo España ganó 2-0 (goles de Solozábal y Soler) a Egipto, y 2-0 (Alfonso y Kiko) a Catar. En cuartos de final, se impuso 1-0 (Quico) a Italia. En la semifinal, disputada el 5 de agosto ante 30.000 espectadores, venció a Ghana por 2-0 (Abelardo y Berges). Los anfitriones se plantaban en la final sin haber encajado un solo gol.
La final se disputa en el Nou Camp el 8 de agosto contra Polonia, que había eliminado a Australia en la segunda semifinal: «Nos concentraron en el Hotel Rey Juan Carlos, porque como ya quedaban pocos días para terminar los Juegos, en la Villa había un desmadre total y no querían que nos contagiásemos; el ambiente en el campo era impresionante», evoca Solozábal. La alineación fue: Toni, Ferrer, López, Solozábal, Abelardo; Lasa, Guardiola, Berges; Luis Enrique, Quico y Alfonso. 95.000 espectadores presenciaron en directo el partido.
Aquí puedes ver el partido completo:
Comienza marcando Polonia en el tiempo añadido del primer periodo. Amavisca sustituye a Lasa al poco de comenzar la segunda parte. Empata Abelardo en el minuto 65, y siete minutos después Quico adelanta a España, pero en el minuto 77 los polacos vuelven a equilibrar el marcador. A Miera le viene a la memoria su tranquilidad durante el partido: «No lo pasé mal, la verdad, el ritmo era nuestro, siempre mandamos; no me asusté ni siquiera cuando se pusieron por delante».
El éxtasis colectivo llega en el minuto 90, cuando Quico marca el gol de la victoria. 3-2, y medalla de oro para España.
Solozábal evoca así aquella emoción, aquel griterío que acompañó la consecución de la medalla, que redondeaba la mejor actuación de España en la historia del olimpismo: «Fue la locura; cuando nos fueron poniendo las medallas, sentí una enorme placidez, una alegría total. ¿Qué es la felicidad? Pues eso, una sensación de placer muy grande, que luego tardas en asimilar». Miera vivió aquellos momentos de manera intensa: «Inenarrable. Me di cuenta de que habíamos hecho algo histórico. El ambiente, las banderas, las felicitaciones... Yo no sé cuánta gente entró en el vestuario; recuerdo perfectamente la excitación y el enorme entusiasmo que sentía todo el mundo, la abrumadora felicidad que vivíamos».
Prosigue Solozábal: «Tras la final, la cena y la juerga, algunos nos quedamos para ver la clausura, porque no pudimos saborear el ambiente olímpico; habíamos sido solo espectadores a través de la televisión, y envidiábamos sanamente a los que habían vivido en la Villa; prometimos que si ganábamos el oro, nos cortábamos el pelo casi al cero y detrás nos dejábamos la palabra ORO; solo Luis Enrique y yo lo hicimos».
Aquí puedes ver el final del partido y las entrevistas de RTVE:
Esta es la historia de aquella medalla de oro. Luces y sombras de una idea que solo tenía como sustento la esperanza. Pero aquella aspiración se convirtió en realidad. Todo lo que ocurrió en aquellos días fue como un milagro, una luz cegadora, el éxtasis deportivo y personal, aunque algunos momentos queden dibujados con pinceladas negras que forman parte también de lo más profundo del ser humano.
Con diferencia, lo mejor de aquella selección olímpica fue que hizo renacer el espíritu ganador, un espíritu que invitaba al optimismo y que se proyectaba hacia el futuro. En Sidney'00, España fue subcampeona olímpica tras ser derrotada en la final por Camerún en la tanda de penalties (3-5, tras 2-2 en el tiempo reglamentado). Era la segunda medalla de plata de la historia. Generación tras generación, España fue mejorando su fútbol. La selección absoluta fue campeona de Europa en 2008 y del mundo en 2010, y la sub-21, campeona de Europa en 2011.
El fútbol español se enfrenta al reto de repetir en futuros Juegos una imagen parecida a aquella que vimos en el césped del Nou Camp, y que forma parte de la historia, junto al gol de Marcelino frente a Rusia, el gol de Fernando Torres frente a Alemania en la final de la Eurocopa o el gol de Andrés Iniesta frente a Holanda en la final del Mundial: La imagen de la piña de jugadores tras el gol de Quico, que dio a España el único oro olímpico en fútbol. Hasta ahora.
(*Este texto fue escrito por Juan Manuel Gozalo para el libro "Españoles de oro. Cien años de medallas olímpicas" (COE, 1998), y reelaborado por Fernando Olmeda para el libro "Españoles de oro. Deportistas que hicieron historia en un siglo de olimpismo español" (COE, 2012), editado en el centenario del Comité Olímpico Español)