Veinte días antes de la prueba de ciclismo en ruta de los Juegos de Pekín, Samuel Sánchez se esforzaba en hacer un buen papel en el Tour de Francia. Veinte días antes de tirar a muerte en el sprint que le condujo a la medalla de oro, se le congelaba el ánimo al conocer la aparatosa caída de su amigo Óscar Pereiro en el descenso del Agnel, durante la décimoquinta etapa de la ronda francesa. Veinte días antes de saborear la gloria, pensaba que podía ser un año grande para su deporte, porque Alberto Contador acababa de ganar el Giro y Carlos Sastre era candidato a suceder al ciclista de Pinto en los Campos Elíseos. Pero Samuel Sánchez no podía imaginar que él iba a contribuir de manera inesperada al éxito colectivo que significó 2008 para el ciclismo español.
“Morirme hasta la meta” es una de las máximas de Samuel Sánchez González (Oviedo, 5 de febrero de 1978). Pudo haberse dedicado al motociclismo de competición, porque su familia regentaba el taller “CC Motos” en la capital asturiana y subirse a una mini-moto era uno más de sus juegos infantiles. Desde muy pequeño aprendió a mantener el equilibrio sobre dos ruedas y perdió el miedo a la velocidad. Sus padres se distanciaron y creció con su madre, a la que veía poco porque Amparo González trabajaba y estudiaba: «A veces me decía: y si me muero, ¿qué vas a hacer? Tenía esa cosa dentro: el cuando yo no esté; por eso, me enseñó a tener autonomía individual, nunca me hizo la cama, y desde muy pequeño aprendí a cocinar lo básico; fue como una premonición, parece que leyó el futuro». A partir de sus consejos, Samuel construyó su filosofía de vida. De su padre heredó la afición por la bicicleta. Con diez años, le inscribió en el Club Ciclista Colloto de José Manuel Fuente, el mejor ciclista asturiano hasta aquel momento, aunque los ídolos de Samuel eran Pedro Delgado y Miguel Indurain.
En la mini-moto había adquirido una habilidad innata para la trazada en los descensos. Haciendo motocross había aprendido a bajar pendientes, a arriesgar. Ganó la primera carrera que disputó, en Luanco. En aquellos años, Fuente le recomendaba paciencia. En 1994 logró el subcampeonato de España de fondo en carretera en categoría cadete con la selección asturiana. Acumuló victorias en las categorías cadete y juvenil. Subía bien los puertos y tenía pegada. Junto a ciclistas como Benjamín Noval y Chechu Rubiera también fue descubriendo los sacrificios que impone este deporte.
El rumbo de su vida se decide en el hotel Cadagua, en Villasana de Mena (Burgos), donde descansa junto al resto de componentes de la selección española juvenil, que participan en la Vuelta a Vizcaya. El masajista de la selección, Mikel Madariaga, habló a su padre de las cualidades de un asturiano listo y veloz. Miguel Madariaga, presidente de la Fundación Euskadi, se interesó por aquel diamante en bruto y le propuso fichar para el Olarra-Ercoreca de aficionados. Tenía dieciocho años y había de elegir si continuaba o no con el BUP, el Bachillerato de entonces. En su mente sólo había ciclismo, y por eso en 1996 dejó de estudiar y se trasladaó al País Vasco. La decisión provocó una doble situación de soledad: la suya y la de su madre. «Ella me dijo que adelante, que era mi vida; fue difícil». El Olarra tenía en Galdácano un piso para las joyas de su cantera, el piso del padre de Roberto Heras. Allí se alojaba cuando tenía que entrenar o competir, aunque encontró su segundo hogar en Güeñes, en el caserío de la familia de Tomás Amézaga, que empezó a trabajar como mecánico en Euskaltel a la vez que Samuel.
En tres años ganó diecinueve carreras con el Olarra y acabó tercero en el Campeonato de España amateur. Madariaga le hizo hueco en el Euskaltel-Euskadi, un equipo en el que hasta entonces sólo militaban ciclistas vascos. En 2000 debutó como profesional. En agosto, mientras trata de superar una tendinitis rotuliana en la rodilla derecha que le ha bajado de la bicicleta en la Vuelta a Portugal, recibe la noticia de que su madre se encuentra muy grave. A Samuel, que acababa de comenzar su carrera, no se lo habían dicho para no preocuparle. Regresa a Oviedo a tiempo para despedirse de ella en el hospital. Amparo González falleció el 8 de agosto. Samuel tenía veintiún años. «La pérdida de un ser tan querido te cambia la manera de enfocar las cosas, te obliga a madurar. De la noche a la mañana, me encontré solo, perdido. Era ciclista profesional, sí, pero no sabía hacer otra cosa. Tienes que tratar de no perder la cabeza porque es fácil hacerlo a esa edad. Aprendes a valorar las cosas que realmente importan. En cierto sentido, me fortaleció».
Durante tres años buscó sin éxito su primera victoria, acaso para dedicársela a su madre. Pero los triunfos no llegaban. No remataba sus actuaciones. En las fotos, solía aparecer siempre al lado del ciclista que levantaba los brazos. Se desespera y llega a pensar que le ha caído una maldición. Todo empezó a cambiar en 2004, con la victoria en la Escalada a Montjuic. Fue el punto de inflexión. En 2006 quedó subcampeón de la UCI Protour, por detrás de Alejandro Valverde, y cuarto en el Mundial de Salzburgo, después de haber trabajado para el murciano, que se proclamó campeón. Ganó una etapa de la Vuelta a España, en la que quedó séptimo. Iba de menos a más. En 2007 ganó tres etapas de la Vuelta y subió al podio, tras Dennis Menchov y Carlos Sastre.
En 2008, ya más seguro de sus posibilidades, modificó su forma de entrenar y enfocó su preparación de cara al Tour, que planificó de forma específica. En aquellos meses, previos a la cita olímpica, estuvo presente en las sucesivas preselecciones de Francisco Antequera. La base del equipo de ruta eran Alberto Contador, Alejandro Valverde y Óscar Freire, pero el seleccionador nacional tenía que designar a dos ciclistas más. Se daba como segura su participación en la contrarreloj, y no se confirmó oficialmente su presencia en el equipo de ruta hasta que se conoció el alcance de la lesión de Pereiro. El 27 de julio, Samuel llegó a los Campos Elíseos en séptimo lugar -finalmente sexto tras la descalificación de Bernhard Kohl por dopaje-. Fue el segundo mejor español tras el vencedor, Carlos Sastre. Los 239 kilómetros de la Clásica de San Sebastián, disputada el 2 de agosto, ganada por Valverde al sprint, le sirvieron para lograr el punto de forma idóneo. «Me encontraba como quería, sabía que llegaba bien a Pekín».
La selección española, salvo Contador, viaja a China el 3 de agosto. Samuel va tranquilo, a pesar de que semanas antes ha participado en un spot de la campaña “¿Sabes a qué se juega en China?” de Amnistía Internacional, junto a ciclistas como Chechu Rubiera y Óscar Pereiro. “China debe respetar los derechos humanos. Éste será el mejor legado de los Juegos Olímpicos de Pekín”, decía en su intervención, que no llega a verse en el país anfitrión de los Juegos porque el acceso a direcciones y contenidos críticos con el régimen está limitado o prohibido.
Lo primero que les sorprende en Pekín es la falta de visibilidad por la contaminación y la bruma, y, por supuesto, la humedad. A pesar del cansancio del viaje, el fisioterapeuta de la selección, Marcelino Torrontegui, lleva a los ciclistas a comer sin pasar por el hotel. A bordo de los coches oficiales recorren la ciudad por el carril olímpico y visitan la plaza de Tiananmen y el Mercado de la Seda. El objetivo es paliar los efectos del jet-lag y lograr que se adapten lo antes posible al horario. El primer día de entrenamiento quedan impresionados por la gran muralla. Además de conocer el trazado, hacen muchas fotos en el paso de Badaling, que será el escenario del momento culminante de la prueba de ruta. «Recuerdo que el primer día de estancia en la Villa, entraron en la habitación que compartía con Carlos para someternos a un control antidoping». Durante unos días cumplen con la habitual rutina del ciclismo. y disfrutan de la convivencia en la Villa. Comparten muchas horas, por ejemplo, con la selección de balonmano y, como es natural, con el equipo de ciclismo en pista. En una sesión de entrenamiento de ese año, había coincidido con Joan Llaneras, y al ver su tatuaje de Sydney, Samuel había acordado con él hacerse uno similar si lograba subir a lo más alto del podio. El mallorquín se lo recuerda en Pekín. «Yo sabía que estaba en un buen momento de forma y quizá iba a tener mi oportunidad; ganar el oro eran palabras mayores, pero me decía: ¿Por qué no yo?».
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